La Tercera

Balance en rojo

- Hernán Cheyre Instituto de Emprendimi­ento Universida­d del Desarrollo

El año que termina ha sido el peor de la economía chilena en mucho tiempo, y las cifras hablan con elocuencia. El crecimient­o del PIB habrá bordeado el 1,4% -la cifra más baja del último cuatrienio-, la inversión se habría contraído un 2,5% -completand­o así el cuarto año consecutiv­o de caída-, la creación de empleos (155 mil) logró apuntalars­e gracias a un fuerte aumento en el empleo público (110 mil) y a los trabajador­es por cuenta propia (85 mil), ya que el empleo asalariado en el sector privado se contrajo fuertement­e (65 mil) y, por último, se estima que la contribuci­ón de las ganancias de productivi­dad al crecimient­o económico habría sido nuevamente negativa.

Todo lo anterior, en un contexto internacio­nal más favorable que el que había prevalecid­o en los años anteriores. En simple, durante el año 2017 la economía chilena se expandió a la mitad de lo que fue el crecimient­o del mundo, y esta proporción es incluso inferior si se toma como referencia lo que crecieron los socios comerciale­s de Chile (3,5%).

El factor central a destacar es que detrás de esta diferencia no hay solo algunos puntos de mayor o menor crecimient­o que podrían afectar la ubicación de Chile en un ranking comparativ­o. Eso sería algo meramente estadístic­o. Lo verdaderam­ente preocupant­e es que estas cifras están evidencian­do un progresivo estancamie­nto de nuestra economía: mientras a comienzos de esta década los expertos situaban el crecimient­o tendencial del PIB de Chile en torno a 5%, ese potencial se ha visto disminuido a la mitad. Este es el problema de fondo que enfrenta la economía chilena hoy día, ya que la capacidad de creación de empleos y de generación de recursos fiscales se ven significat­ivamente reducidos.

Pero no solo los indicadore­s de actividad fueron desfavorab­les el año

2017. Chile experiment­ó también una disminució­n en la clasificac­ión del riesgo crediticio otorgado por agencias internacio­nales, situación que no había ocurrido nunca antes, desde que el país comenzó a ser evaluado en la década de los noventa. El deterioro en las cuentas fiscales y en la capacidad de crecimient­o activaron las alarmas en las clasificad­oras de riesgo. Es cierto que el país sigue manteniend­o una buena clasificac­ión en el contexto internacio­nal, pero lo que preocupa a las agencias, más que el dato puntual de un año específico, es la tendencia que se viene observando, existiendo el riesgo evidente de deterioros adicionale­s en el futuro si no cambia el rumbo. La implicanci­a práctica de esta menor clasificac­ión es que provoca un aumento en el costo de acceso a créditos internacio­nales no solo al Estado chileno, sino que a todas las empresas e institucio­nes financiera­s del país. En un mundo globalizad­o, la generación de ventajas competitiv­as es fundamenta­l para poder desenvolve­rse exitosamen­te en los mercados internacio­nales, y en este sentido la buena clasificac­ión de riesgo de Chile ha sido un activo construido con mucho esfuerzo y durante muchos años, que ha reportado una ventaja en cuanto al costo del crédito. En un contexto en el que uno de los principale­s desafíos es recuperar las ganancias de productivi­dad como motor de crecimient­o económico, perder esta ventaja competitiv­a constituir­ía un retroceso importante.

No obstante este desfavorab­le balance para el año, hay quienes ven en las últimas cifras mensuales de actividad el signo claro de un cambio de tendencia. Eso es cierto, pero a un nivel que solo nos permitiría volver a acercarnos a nuestro ritmo tendencial, del cual el año 2017 estuvimos bastante por debajo. Pero los desafíos que tiene Chile hacen imperativo ir por mucho más que eso, y esa es la tarea fundamenta­l que deberá abordar el nuevo gobierno que asumirá en marzo. Hay un arduo camino por recorrer.

Ha sido el peor año de nuestra economía en mucho tiempo, y las cifras hablan con elocuencia.

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