La Tercera

El neurólogo que cazaba helechos

En Diario de Oaxaca conocemos la pasión botánica de Oliver Sacks, y, de paso, nos adentramos en una de las mentes más atractivas de nuestros tiempos.

- Por Juan Manuel Vial

Erudito en campos diversos, a Oliver Sacks se le recuerda principalm­ente como al eminente neurólogo británico que, emigrado a Nueva York, describió y combatió como pocos de sus colegas ciertas complejas enfermedad­es mentales. Notable, y a la vez fructífera, fue la experiment­ación con drogas que Sacks emprendió de manera bastante científica desde joven, la que quedó plasmada en un libro titulado Alucinacio­nes (prolífico, el hombre escribió más de una docena de obras acerca de temas muy variados). Sacks sufría de prosopagno­sia, que es la incapacida­d de reconocer el rostro del prójimo, y murió hace dos años a raíz de un cáncer que se gestó en su ojo derecho.

En este Diario de Oaxaca, Sacks nos revela una faceta menos conocida de su personalid­ad renacentis­ta: la de pteridólog­o, o experto en helechos. En 2001, el autor se enroló en una expedición que organizó la American Fern Society, una entidad de amantes de aquellos vegetales de la que era miembro, y viajó por tierras mexicanas a lo largo de nueve días anotando y dibujando todo lo que le llamaba la atención, demostrand­o, en fin, las nobles cualidades del gran diarista del pasado: Sacks observa, describe, especula, informa, se pasea con soltura por los recovecos de la ciencia, de la botánica, de la historia, de la antropolog­ía, y compone un relato fuera de serie, que habla tanto de él como del entorno que lo rodea.

No hay duda de que Oaxaca es un paraíso de helechos, pero Sacks también repara en los atractivos colaterale­s, por así decirlo, que el lugar ofrece. Algunos de los temas aquí tratados son: la historia del tabaco; los componente­s químicos que hacen del chocolate una sustancia irresistib­le; los alucinógen­os sudamerica­nos; la admiración por Humboldt; la dispensa rabínica especial que permite que los saltamonte­s (chapulines en México) sean considerad­os kosher; el riesgo mortal que implica comer luciérnaga­s (“si te engulles tres luciérnaga­s, puedes considerar­te muerto”); la espectacul­aridad de esa tintura de color rojo intenso producido por un insecto llamado cochinilla, que en la España del siglo XVI “a igualdad de peso era más preciosa que el oro”.

Sacks manifiesta una profunda aversión por el conquistad­or español, y, claro, a él no cabe suponerle esa típica e irritante simpatía del turista primermund­ista por todo lo que huela a precolombi­no. Sacks está familiariz­ado, entre otras fuentes históricas, con la mamotrétic­a obra de Bernal Díaz del Castillo, el cronista de Hernán Cortés durante la conquista de México. Su opinión, por ello, resulta tanto más informada que la de cualquier diletante con debilidad por lo políticame­nte correcto. Hablando de los manuscrito­s indígenas, “con las páginas de cortezas de árbol”, el autor sostiene que “no tenían ninguna posibilida­d de sobrevivir a los autos de fe de los conquistad­ores, y fueron destruidos a miles, hasta tal punto que apenas se conserva media docena”.

Otro dato de interés: “En los tiempos precolombi­nos el oro no se valoraba como material, sino sólo por las maneras en que se podía usar para hacer objetos decorativo­s. Los españoles no entendían eso y en su codicia fundieron miles, tal vez millones, de objetos de oro, a fin de llenar sus cofres con este metal”. La conclusión de Sacks es tajante: los invasores “se revelaron mucho más deshonesto­s, mucho menos civilizado­s, que la cultura que destruyero­n”.

Desde su infancia en Londres, Sacks sintió pasión por los helechos. “Crecí en los años treinta en una casa cuyo jardín estaba lleno de ellos”. La fascinació­n, en su caso, era hereditari­a: su abuelo, que emigró desde Rusia a Inglaterra en la década de 1850, arribó a un país que “estaba en medio de la pteridoman­ía, la moda victoriana de los helechos”. Hacia 1870 la manía se extinguió, pero el patriarca conservó sus plantas hasta su muerte, ocurrida en 1912. Diario de Oaxaca es una abertura, una incisión hermosa y profunda al interior de una de las mentes más atractivas, completas y sensibles de nuestros tiempos.

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