La caldera iraní
Sabemos desde hace mucho tiempo, pero especialmente desde 2009, que una parte importante de la clase media iraní aborrece la teocracia medieval de la que es víctima. Aquel año, en respuesta al fraude electoral masivo a propósito de la reelección de Mahmud Ahmadinejad, cientos de miles de personas, entre ellas muchos jóvenes, se lanzaron a las calles. La violencia de Estado sofocó a sangre y fuego la protesta pero no la ira.
Ahora, esa ira ha vuelto a estallar en las calles y la respuesta del régimen no es menos bárbara. Aunque la economía ha mejorado desde que Barack Obama levantó las sanciones contra Irán a comienzos de 2016, el destino de gran parte de los ingresos fiscales es el armamentismo, fruto de la competencia entre Teherán y Riad por mandar en el mundo musulmán y del imperialismo iraní en varios países. En parte por eso y en parte porque las ventas de petróleo, que han mejorado el PIB pero no la situación del empleo, se destinan al imperialismo, las protestas han vuelto a poblar las calles de gritos contra los ayatolás.
Esto abre para Donald Trump una oportunidad dorada. Prometió reiteradamente romper el pacto nuclear firmado por su antecesor con Irán mediante el cual Teherán limita su programa atómico a cambio del levantamiento de las sanciones. Pero hasta ahora no lo ha hecho. La Casa Blanca y el Congreso se han pasado la pelota de un lado al otro sin tomar una decisión final. Ahora, después de dudar unos días, Trump ha arremetido contra el gobierno de Hasan Rouhani por la represión contra las manifestaciones, calculando –con acierto- que Teherán iba a contestarle culpándolo de provocar los disturbios. Trump actúa así como agente provocador de su propia política exterior, acaso para poder cumplir esa promesa.
De ser así, 2018 arrancaría con una duplicación del gran contencioso internacional de 2017. Me refiero, por supuesto, al conflicto entre Trump y Corea del Norte, que alcanzó el año pasado niveles de alta tensión y puso a Corea del Sur y a Japón en estado de alarma extrema. Roto, en la hipótesis mencionada, el pacto entre Estados Unidos e Irán, el régimen de Teherán, que ya tiene contactos con Corea del Norte desde hace cierto tiempo en relación con el programa nuclear, no perdería tiempo y acentuaría esa relación, sabiendo las consecuencias internas que tendría para Estados Unidos.
Un sector de la opinión pública estadounidense, que de por sí juzga a Trump irresponsable y temerario en política exterior, vería en esto la confirmación de que su falta de sofisticación y su impulsiva tendencia a ver el mundo como el patio de un colegio de chicos pendencieros puede arrastrar al país –al planeta- a una conflagración. Todo esto lo saben bien tanto Teherán como Pyongyang, que nunca han perdido la ocasión de jugar con la situación interna de los Presidentes norteamericanos con los que se han enfrentado. Siendo 2018 un año electoral en Estados Unidos por las legislativas de mitad de mandato programadas para noviembre, cualquier agravamiento de las relaciones con esos dos enemigos puede ser bien utilizado por el Partido Demócrata y los críticos de Trump para hacerle pagar al republicano un alto costo en las urnas.
Esto también lo saben algunos aliados del Presidente que dependen de que no decaiga excesivamente la popularidad de la Casa Blanca para su propia reelección. Por tanto, no sería de extrañar que ya se estén produciendo presiones intensas del Partido Republicano para evitar que la Casa Blanca rompa el pacto nuclear en medio de este enfrentamiento entre Trump y los bárbaros de Teherán.