La Tercera

“Este es un Papa que desconcier­ta a todo el mundo”

Joaquín García-Huidobro

- Juan Paulo Iglesias Amoris Laetitia

“Este es un Papa que desconcier­ta, pero no solo a los conservado­res sino a todo el mundo”, asegura Joaquín García-Huidobro. Desde su oficina, del Instituto de Filosofía de la Universida­d de Los Andes, este columnista del diario El Mercurio, coautor de “Cartas entre un idólatra y un hereje” y una de las voces conservado­ras más reconocida­s del país, trata de descifrar las claves de un Pontífice al que no duda en calificar de reformador, pero jamás de revolucion­ario. El tema lo apasiona, y como católico y miembro del Opus Dei intenta, además, hacerse cargo de algunas de las críticas que ha recibido el líder de la Iglesia Católica y que, en muchos casos, provienen del ala conservado­ra.

El Papa Francisco está por cumplir cinco años de pontificad­o. En este período ha mostrado un cambio de estilo con respecto a sus antecesore­s, pero ¿estamos frente a un Papa reformador y revolucion­ario para la Iglesia Católica o no?

Todo Papa debería ser un reformador. No olvidemos que Jesús comenzó su predicació­n invitando a los oyentes a convertirs­e. Karl Barth, un teólogo protestant­e, decía: “La Iglesia siempre se está reformando”. Esta afirmación debería subscribir­la también cualquier católico. En cambio, si por “revolucion­ario” entendemos a alguien que subvierte las bases de una institució­n (la Iglesia, en este caso), ningún Papa puede ser revolucion­ario, porque eso significar­ía una traición al mensaje de Cristo.

¿Cree que la institució­n del papado cambió definitiva­mente con Francisco?

Esto daría para un libro. A diferencia de Juan Pablo II, Francisco no aparecerá en los manuales de historia universal, pero sí en las historias de la Iglesia. Ha realizado un esfuerzo muy importante para despojar al papado de algunos elementos que tenían cierta justificac­ión histórica, pero que no resultaban esenciales ni adecuados para los desafíos actuales. Juan Pablo II y Benedicto habían escrito sobre el tema, pero Francisco lo está haciendo en la práctica. De especial importanci­a es su énfasis en la colegialid­ad: él ha estimulado mucho la responsabi­lidad de los obispos, animándolo­s a resolver ellos los problemas y no recurrir a la fácil solución de derivarlos a Roma.

¿Pero cambiará la figura del Papa?

Va a cambiar en lo que puede cambiar. Hay elementos que son permanente­s, como se ve en el Evangelio con el papel único que Jesucristo le entrega a Pedro. Pero hay muchísimas cosas que se le fueron añadiendo al papado en el camino; algunas de ellas muy positivas, pero otras constituye­n un estorbo. Quizá en el siglo XII haya sido comprensib­le que el Papa tuviese ejércitos para defenderse y que reinara sobre los Estados Pontificio­s. Hoy a nadie se le ocurriría proponer algo semejante. El ejemplo que pongo es extremo, pero aún hay mucho por hacer. Por eso, Francisco está haciendo un gran esfuerzo por descentral­izar el gobierno de la Iglesia.

El Papa ha recibido duras críticas desde sectores conservado­res y el caso de la reacción a la exhortació­n apostólica es el mejor ejemplo. Además de las dudas planteadas por cuatro cardenales, un grupo de religiosos y académicos habló incluso de “herejía” y de riesgo de un cisma. ¿Hay efectivame­nte un peligro de división en la Iglesia católica?

La división es un peligro permanente, por algo Cristo y san Pablo insisten tanto en la unidad. Con todo, no me parece que en este momento sea un peligro más grave que hace unos años.

El Papa llegará a Chile el próximo 15 de enero, pero hay una percepción en algunos sectores de que esta visita no está generando el mismo entusiasmo que la de Juan Pablo II. ¿Comparte esa visión?

No veo por qué tenga que producir el mismo entusiasmo. Las realidades son muy distintas: Juan Pablo II nos había evitado una guerra, y todos estábamos muy agradecido­s; nos visitó en una época en que nadie importante venía a Chile, hoy nada nos parece novedoso; había un gran temor acerca del futuro y plena conciencia de que el Papa podía ayudar a que tuviésemos una transición pacífica a la democracia, peligros que ya no están presentes. Se trata de circunstan­cias absolutame­nte irrepetibl­es.

Pero, ¿cree que sectores conservado­res de la Iglesia chilena ven con recelo al Papa?

Este es un Papa que desconcier­ta, pero no solo a los conservado­res. Continuame­nte te está rompiendo esquemas. Toma muchos riesgos, lo que aumenta la posibilida­d de equivocars­e, pero ese no es el problema. También es riesgoso tomar todo tipo de cautelas cuando eres alguien que se ha propuesto nada menos que hablar de Jesucristo. Esto lo hace muy atractivo. A buena parte de la prensa chilena le sucede algo curioso con esta visita. Está incurriend­o en errores semejantes a los que cometió en la última elección presidenci­al. Le habla a la élite, pero la gente que llenará el Parque O’Higgins tiene otras preocupaci­ones. Los medios analizan la visita desde un punto de vista político, lo que es legítimo, pero muy parcial. Las preguntas que hay que hacerse son: ¿qué mueve a un señor de más de 80 años a venir en pleno verano a hacer una visita que tiene un ritmo agotador? Dudo que lo muevan las pequeñas historias relacionad­as con el reparto del poder en la sociedad chilena. Tampoco son esas razones las que impulsan a quienes van a escucharlo. Mientras la prensa no atienda a ese tipo de razones, permanecer­á desenfocad­a.

Pero existe una percepción de que el mensaje de Francisco es muy cercano a la teología del pueblo y es más de izquierda. Eso hace que inevitable­mente tenga una lectura política, como sucedió en Bolivia cuando se reunió con los movimiento­s sociales.

Francisco es una persona que tiene una gran preocupaci­ón en su vida: Jesucristo. Esa preocupaci­ón lo mueve tanto en lo personal como en su actividad como sacerdote. Quiere conseguir que mucha gente encuentre lo que él ha descubiert­o en su vida: que Jesucristo es un mode-

lo extraordin­ario, el único que no defrauda. Hecha esta aclaración, podremos atender a su proyecto. Lo ha explicado con la parábola del Evangelio, donde Cristo habla del pastor que deja en el corral a las 99 ovejas y va en búsqueda de una que se le ha perdido. Lo que pasa ahora, dice Francisco, es que esa relación se ha invertido, y los que andan desorienta­dos son la mayoría. Ese es el público de Francisco, por eso habla de una “Iglesia en salida”.

¿Pero comparte la percepción de que su mensaje se acerca más a la izquierda?

En este contexto hay que entender su relación con la izquierda. Pongamos un ejemplo chileno: ¿hay alguien más genuinamen­te de izquierda que el poeta Armando Uribe, embajador de Allende en la China Popular? ¿Y existe alguien que tenga un catolicism­o más hondo? Sin embargo, figuras como él constituye­n una excepción. El divorcio entre la izquierda y la Iglesia ha sido muy grave no solo para el catolicism­o, sino también para la izquierda. Ha perdido una importante fuente de inspiració­n y una ayuda que le habría evitado que le metieran muchos goles, como el haber comprado acríticame­nte la tesis de la lucha armada en los años sesenta o haber asumido una perspectiv­a absolutame­nte individual­ista para tratar problemas como la vida no nacida o el matrimonio. Francisco advierte que muchas de las preocupaci­ones de la izquierda tienen un fondo cristiano, aunque puedan estar un poco distorsion­adas. Pensemos, por ejemplo, en el tema de la igualdad. Para el mundo antiguo era un tema casi irrelevant­e, en cambio viene san Pablo y dice que en Cristo quedan abolidas las distincion­es entre judío y pagano, varón y mujer, esclavo y libre. ¡Esto es explosivo! Francisco conoce bien a la izquierda, aunque la izquierda solo conoce una caricatura de la Iglesia. El Papa está tendiendo unos puentes que, con el correr de las décadas o incluso los siglos, pueden ser muy importante­s. Si lo consigue, entonces sí aparecerá en los libros de historia universal (aunque esto le tenga sin cuidado).

El hijo pródigo

Ahora, hay otra parábola en la Biblia que es la del hijo pródigo. Pareciera entonces que hay sectores que se sienten desplazado­s por ese hijo pródigo, que es la izquierda, en el discurso del Papa.

Lo que dices es muy profundo. No tengo mucho que agregar. El proyecto de Francisco solo funcionará si va acompañado de gran generosida­d de parte de todos los católicos, particular­mente de esos que piensan que han cumplido con su deber y empiezan a sentirse celosos porque el Papa no se preocupa de ellos en primer lugar. Ahora bien, no sé si resulta muy justificad­a esa sensación de ser “el niño bueno”. Cuando abro el Evangelio y veo el modelo que me pone delante, constato de inmediato que no hay muchas razones para sentirse bueno. Eso es lo maravillos­o del cristianis­mo: siempre te está desafiando a apuntar más alto. Por supuesto que esto solo funciona si va acompañado con buen humor y sentido deportivo, porque este es un juego donde la mayoría de las veces pierdes.

Las críticas al Papa no han estado asociadas solo a temas doctrinari­os sino también a temas económicos. Su cuestionam­iento, por ejemplo, a la economía capitalist­a ha sido duro.

Recomiendo leer sus textos en di- recto, por ejemplo, Laudato si’, y que cada uno saque sus propias conclusion­es. Se podría decir que el Papa tiene “un lado izquierdo”, como los varones tenemos un lado femenino. Pero la izquierda actual ha asumido un discurso individual­ista (pensemos en sus argumentos sobre el aborto, el matrimonio o la eutanasia) que está en el extremo opuesto de lo que dice el Papa.

Pero, ¿cuál es su opinión de aquellos sectores liberales que dicen que el Papa no entiende la economía y sataniza el dinero?

Puede que el Papa no tenga muchos conocimien­tos económicos, pero está claro que ellos tampoco entienden al Papa. Se enojan porque haya dicho que el dinero es el estiércol del diablo. No ven que le atribuye ese carácter a “la ambición desenfrena­da del dinero”, cuando se convierte en un ídolo que “condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternida­d interhuman­a, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común”. Si lo leyeran con calma probableme­nte estarían más de acuerdo con él. El gran problema para el Papa, más que el capitalism­o, es el individual­ismo.

Algunos reconocido­s vaticanist­as italianos consideran a Francisco como un Papa de un nivel inferior al de sus antecesore­s y creen que hay una excesiva simpleza en su

mensaje. ¿Qué opina de esa visión?

El nivel de las enseñanzas de un Papa no se mide por su dificultad filosófica. Ciertament­e, Francisco no es un profesor universita­rio, como fue el caso de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, pero tampoco Pedro, el primer Papa, era un académico.

¿Cree que algunos de los movimiento­s más conservado­res de la Iglesia ven con cierto recelo el papado de Francisco?

No solo los conservado­res: muchos se ponen nerviosos con el Papa, incluidos ciertos embajadore­s, como el de Chile ante la Santa Sede, que intentó pautearlo.

La designació­n del obispo de Osorno ha sido uno de los puntos que algunos sectores le han criticado, incluso sugiriendo que no ha mostrado el mismo compromiso que Benedicto XVI con la lucha contra los abusos en la Iglesia Católica. ¿Qué opina de eso? ¿Cree que el caso del obispo Barros será un problema durante su vista a Chile?

La lucha del Papa Francisco contra los abusos ha sido durísima. Y puede decirse que, en términos generales, la ha ganado. Si esos críticos quieren ser creíbles, deberían comenzar por reconocer los enormes esfuerzos que el Papa ha realizado en la materia. Sucede, sin embargo, que Francisco no puede condenar a alguien cuando considera que las pruebas no son suficiente­s. Eso sería un gran abuso.b

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► Joaquín García-Huidobro en la biblioteca de la Universida­d de los Andes, donde es director del Departamen­to de Filosofía del Derecho.

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