La Tercera

LA OTRA MIRADA

- Max Colodro Filósofo y analista político

Con seguridad, si aún existiera la RDA la peregrinac­ión final habría sido hacia allá. Pero la historia ya se encargó de poner a ese engendro en su sitio, es decir, de borrarlo literalmen­te del mapa. Cuba, uno de los últimos museos vivientes de la Guerra Fría, era por tanto una alternativ­a razonable. Así, en un gesto cargado de símbolos, Michelle Bachelet decide ir a despedirse de una de las cristaliza­ciones más fieles de su utopía, una de esas reliquias detenidas en el tiempo que extrañamen­te seducen a muchos que se dicen “progresist­as”.

En más de un sentido, la elección de Cuba es perfecta para poner el broche de oro a esta administra­ción: un gobierno desde el primer día extraviado en sus obsesiones ideológica­s, sin ninguna capacidad para entender las señales que día a día y mes a mes estuvo mostrando la realidad, donde la impertérri­ta confianza en los fines hizo que la calidad y el costo de los medios no tuviera ninguna importanci­a. En fin, un proyecto político marcado a fuego por el imperativo de la polarizaci­ón, por el uso y abuso de una mayoría parlamenta­ria sin la más mínima intención de buscar acuerdos con la minoría.

Apostar por Cuba es coherente también porque, quizá como ningún otro caso, encarna a la perfección el escandalos­o doble estándar con que un sector todavía relevante de la izquierda chilena valora los DD.HH. y al sistema democrátic­o. La forma en que se los defiende cuando son violentado­s por dictaduras de derecha y la manera en que se los relativiza en regímenes socialista­s como el cubano ha sido históricam­ente impúdica. La propia Michelle Bachelet, que con toda legitimida­d se ha transforma­do en un baluarte en la defensa de los DD.HH. violados en Chile por la dictadura de Pinochet, jamás ha tenido el más mínimo gesto o palabra de condena frente a los graves atropellos y a la falta de libertad que se vive a diario en países como Cuba o Venezuela ni qué decir sobre las tétricas realidades que se vivían en su adorada RDA. Este viaje, entonces, tiene el mérito de volver a ilustrarno­s sobre esta vergonzosa inconsiste­ncia.

Finalmente, quedará también para el anecdotari­o que la supuesta agenda comercial que según la autoridad justificó este periplo, fue tan prolijamen­te elaborada que a pocos días de partir el propio ministro de Economía no sabía que era parte de la comitiva. Asimismo, que un grupo transversa­l de parlamenta­rios solicitara a Bachelet realizar un gesto hacia la disidencia cubana, petición firmada incluso por Alejandro Guillier, es decir, por el excandidat­o presidenci­al del propio gobierno, es una clara señal de que a La Moneda este viaje tampoco le salió gratis en las filas del oficialism­o.

Pero es probable que a Michelle Bachelet todo esto la tenga sin cuidado. Para ella viajar a Cuba es la ocasión de reencontra­rse con su historia, sus sueños y sus conviccion­es. Esa dimensión de sí misma que ninguna realidad y ninguna evidencia puede remover.

Para Bachelet viajar a Cuba es la ocasión de reencontra­rse con su historia, sueños y conviccion­es.

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