El nuevo mapa político
Luego de las elecciones generales, las fuerzas políticas se están acomodando. En el trasfondo, sin embargo, hay una lucha que se articula a cuatro bandas. En un extremo se halla una derecha economicista (sea de índole moral liberal o conservadora), partidaria de subordinar en lo que sea posible la política a la economía, poco sensible a la cuestión de la integración como no sea por la vía del crecimiento -nuevamente- económico.
Más al centro encontramos, emergiendo poco a poco y con dificultades, pero a paso firme, una centroderecha de nuevo cuño que agrupa a liberales centristas, socialcristianos y nacionales –provenientes, en diversas proporciones, desde todos los partidos del sector y sus independientes–, cada vez más consciente respecto de la importancia fundamental de la política en la conformación de un orden institucional viable, dentro del cual no solo se cuente con mercado sino con un mercado legítimo. Un mercado legítimo es aquel en el cual no cualquier diferencia es admisible, sino las diferencias razonables. Se trata, además, de una centroderecha que va siendo capaz de entender el significado político del mercado en la conformación de un orden social republicano, donde el poder esté efectivamente dividido. También de un sector crecientemente lúcido respecto de la exigencia apremiante por integración nacional, que ponen, con urgencia, los nuevos grupos medios y populares producidos por la transición.
La tercera banda es la de centroizquierda o, si se quiere, la de una izquierda socialdemócrata, que agrupa a ex concertacionistas, lúcidos también respecto de la importancia republicana del principio de la división del poder social, de contar con un mercado fuerte y regulado, lo mismo que de la integración progresiva de las clases sociales emergentes. Va desde el ala izquierda de la DC hasta sectores del PPD, el PR y una parte del PS.
En fin, se encuentra una cuarta banda, la de la llamada nueva izquierda, que agrupa a sectores del Frente Amplio, el Partido Comunista y una parte del PS. Postulan una crítica moral al mercado, al que entienden como una especie de ámbito de alienación; así como la necesidad de desplazarlo de áreas enteras de la vida social por la vía de derechos de un nuevo tipo, que coinciden con ese desplazamiento.
Los extremos de la derecha y la izquierda tienden a ser completamente excluyentes entre sí. Mien- tras la extrema derecha enfatiza el papel de la economía y minimiza el del Estado (que debe reducirse casi al rol de gendarme), el extremo izquierdo busca desplazar la economía de mercado y darle un papel fundamental a la deliberación política en asamblea y al Estado.
Ambos soslayan, empero, aspectos imprescindibles de un orden político adecuado. El economicismo de la derecha extrema impide prestar suficiente cuidado al problema de la integración nacional, considerar el papel de la política deliberativa en la adopción de decisiones de interés general, y atender a las tareas de efectuar un activo control de abusos y de apoyar a los sectores vulnerables. El moralismo antimercado de la izquierda extrema le impide a esta, de su lado, reparar en la importancia de una economía privada no solo como factor de desarrollo sino, especialmente, de división efectiva del poder social entre una sociedad civil independiente, dotada de recursos económicos propios, y un Estado que encarne el proceso público-deliberativo, pero dejando espacio para una esfera privada vigorosa.
En algún lugar entre ambos extremos –el economicista y el asambleísta– se encuentra el medio virtuoso. Aquel que vela por la división republicana del poder entre, de un lado, un ámbito social apuntalado sobre una economía privada fuerte y, del otro, un campo público-deliberativo. Ese medio virtuoso permite, así, un control recíproco entre el Estado y la sociedad civil, y que los individuos gocen de una esfera protegida en la cual puedan dar expresión a sus vivencias estéticas, afectivas e intelectuales de manera libre. Tal medio virtuoso posibilita, asimismo, que, gracias a la acción colaborativa entre las espontaneidades del Estado y el mercado, los nuevos sectores sociales se vean efectivamente integrados en esa unidad cultural de lo diverso a la que llamamos “nación”, de tal suerte que pueda articularse como una especie de totalidad de la cual quepa esperar colaboración y solidaridad, especialmente en los momentos de grandes crisis y reformas.
De la predominancia de los polos extremos o de las bandas medias de la política nacional dependerá si el país se sume en disputas más simples, incapaces de dar cauce de modo diverso a la multiplicidad que acusa la nueva ciudadanía, o logra otorgarle a ella expresión mediante reformas diferenciadas y pertinentes.