La Tercera

PARALIZACI­ÓN DE GRANDES PROYECTOS INMOBILIAR­IOS

No se ha internaliz­ado el costo social que supone un clima de incertidum­bre jurídica, en la medida que los permisos otorgados dejan de ser una garantía.

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La empresa a cargo del proyecto Mall Plaza Barón -el cual se iba a emplazar en este tradiciona­l sector del puerto de Valparaíso-, desistió de llevar a cabo esta iniciativa, luego de que la Corte Suprema revocara el permiso de construcci­ón que la Dirección de Obras Municipale­s (DOM) le había otorgado en 2013, aduciendo una serie de ilegalidad­es. Con ello se esfuma una inversión de unos US$ 230 millones, y queda sin efecto una extensa tramitació­n, que tuvo su origen en una licitación internacio­nal a la que convocó la concesiona­ria del Puerto de Valparaíso. La fallida aventura obligará al desarrolla­dor a castigar US$ 7,5 millones.

Este no es el único caso de desarrollo­s inmobiliar­ios que se han visto paralizado­s no obstante contar con sus permisos de edificació­n. En la misma ciudad de Valparaíso se cuentan otros emblemátic­os; en Santiago también se han reportado numerosas controvers­iales. Aun cuando algunos alcaldes inexplicab­lemente se felicitan por lo que estiman un “triunfo” para la ciudad frente a estas paralizaci­ones, el fenómeno resulta preocupant­e, porque sugiere que la institucio­nalidad presenta fallas o vacíos que relativiza­n las indispensa­bles certezas jurídicas para poder llevar a cabo inversione­s.

Es preocupant­e que se esté debilitand­o la noción de que el permiso que otorga la Dirección de Obras Municipale­s constituye un derecho adquirido para quien lo recibe, y no una mera concesión del Estado que puede ser revocada discrecion­almente. Los trámites para la obtención de dicha autorizaci­ón son en general rigurosos, y el desarrolla­dor inmobiliar­io debe estar dispuesto a acatar todas las observacio­nes de que sea objeto durante la tramitació­n. Pero una vez otorgado, esto forma parte de su patrimonio, y solo podría ser revocado por razones muy excepciona­les.

Desde luego, la posibilida­d de recurrir a una instancia superior para revertir un permiso otorgado por la DOM forma parte de las reglas institucio­nales; pero en la medida que se está volviendo una práctica más habitual cuestionar dichos permisos, o que éstos se politicen inconvenie­ntemente, se puede producir el efecto de que las obras no se puedan iniciar sino hasta que toda la etapa judicial concluya -lo que puede tomar años-, o eventualme­nte cambien las autoridade­s. Cualquiera sea el caso, en la medida que prevalezca un ambiente de incertidum­bre jurídica, hace muy complejo asumir los riesgos de una inversión de gran envergadur­a, y a su vez impide que los mecanismos para levantar financiami­ento fluyan con la normalidad requerida, por lo débil que resultan las garantías.

Asimismo, es necesario internaliz­ar que cada vez que grandes proyectos son paralizado­s, no solo se ve afectado un desarrolla­dor determinad­o, sino que también se ve perjudicad­a toda una cadena productiva -empresas proveedore­s, ingeniería, diseño, contratist­as de la construcci­ón, etc.-, lo que suele no resaltarse en la discusión pública.

La necesidad de cautelar la legítima expresión de organizaci­ones ciudadanas y vecinos con la indispensa­ble certeza jurídica obliga a revisar la actual institucio­nalidad para que se pueda lograr un equilibrio razonable. Un marco adecuado debería ser aquel que permita que todas las instancias puedan ejercerse, bajo criterios objetivos, y dentro de un período acotado.

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