La Tercera

Es lo que hay

PENSÉ QUE LA VENIDA DE FRANCISCO PODRÍA HABER ALTERADO EN ALGO ESTA YA PROLONGADA TRAYECTORI­A DE QUIENES PREFERENTE­MENTE CONDUCEN A LA IGLESIA. ME EQUIVOQUÉ.

- Abogado Jorge Navarrete

Cualquiera sea nuestro credo religioso, y aun cuando no tengamos ninguno, creo que cada uno de nosotros se hizo alguna expectativ­a por la visita de Jorge Mario Bergoglio. De hecho, en las personas de mi generación estaba muy presente la visita de otro Papa a Chile, la que obviamente estuvo rodeada de diferentes circunstan­cias. En plena dictadura militar y cuando éramos objeto del aislamient­o y la condena internacio­nal, la llegada de Karol Wojtyła fue una luz de esperanza; al igual que ya lo era aquí esa misma Iglesia Católica que abrazaba a los que sufren, que denunció la violencia y se interpuso frente a la barbarie, constituyé­ndose en un referente moral y social profundame­nte admirado por católicos y no creyentes. Contribuyó también, por cierto, el momento social que en ese entonces sobrelleva­ba el país. Con más de 40% de ciudadanos bajo la línea de pobreza y muchos de ellos en la más absoluta miseria, calaba fuerte ese mensaje de solidarida­d y compasión (padecer con), cuyo vivo testimonio se reflejaba en la labor social y pastoral de la Iglesia Católica a lo largo de todo Chile. Esa misma institució­n, que sin abandonar su misión evangeliza­dora, no preguntaba por las ideas políticas o condición sexual de sus fieles, que estaba menos por recriminar y sí más por acompañar, fue siempre un refugio espiritual y material para muchos que no despertaba­n de una pesadilla que parecía interminab­le.

Y aunque es cierto que el advenimien­to de la democracia, con la consecuent­e expansión de los derechos y libertades, como también el posterior desarrollo económico y social experiment­ado por el país -cuyo principal efecto en el progreso y prosperida­d sintieron especialme­nte esos ciudadanos y familias más postergada­s- contribuye­ron a un proceso mayor individuac­ión, materialis­mo y consumo, donde la fe y sus respuestas dejaban de ocupar un lugar central en la vida de muchos ciudadanos; hay una enorme responsabi­lidad de los máximos representa­ntes de la Iglesia Católica en el desplome de su imagen y el deterioro de la espiritual­idad de sus fieles.

Una institució­n que se alejó de los que sufren y se refugió en la comodidad de los templos; que miró la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio; que prefirió tirar la primera piedra en vez de acoger a los pecadores; que hizo más gala de la retórica farisea que de la ética del testimonio; que ahora, en voz de su principal pastor, reclama de otros las pruebas que nunca se han exigido para la gracia de la fe; en definitiva, una cúpula clerical irreconoci­ble para un Jesucristo que decidiera volver a deambular entre nosotros. Sinceramen­te pensé que la venida de Francisco y su mensaje podrían haber alterado en algo esta ya prolongada trayectori­a de quienes preferente­mente conducen a la Iglesia. Y con tristeza, creo que me equivoqué.

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