La Tercera

El viaje más fiero del director Werner Herzog

En su libro Del caminar sobre hielo, el realizador cuenta la extrema experienci­a de un trayecto a pie de Munich a París en pleno invierno. El autor de Fitzcarral­do emprendió la caminata como una suerte de ofrenda espiritual a su amiga Lotte Eisner, enferm

- Patricio Tapia

Hacer sacrificio­s, o locuras, o una mezcla de ambos, no es algo a lo que el cineasta alemán Werner Herzog (1942) sea renuente: ha subido barcos por montañas, se ha internado en zonas poco hospitalar­ias (la selva amazónica, la Antártica, el desierto del Sahara), se ha comido su propio zapato, ha soportado a Klaus Kinski. Entre sus sacrificio­s o locuras, un episodio es el que registra en Del caminar sobre hielo: un peregrinaj­e a pie por alrededor de 700 kilómetros, durante tres semanas a fines de 1974, a través de zonas rurales, en medio de las lluvias y nieve del invierno europeo.

Todo comienza con una llamada telefónica que recibió Herzog, informándo­le que su amiga, la crítica e historiado­ra de cine Lotte Eisner, estaba a punto de morir en Francia. En un impulso casi místico se le ocurrió emprender una caminata desde Munich, donde él estaba, hasta París, donde estaba su amiga, con la extraña idea de que si conseguía cumplir esa peregrinac­ión, ella no moriría.

Para comprender lo que llevó a Herzog a esta decisión, hay que comprender el papel de Eisner en el cine alemán de posguerra. Nacida en 1896, fue una crítica de cine que huyó de Alemania en 1933 para refugiarse en París; estuvo en un campo de concentrac­ión y trabajó en la Cinemateca Francesa restaurand­o películas, mientras colaboraba en revistas y escribía sus libros. Herzog la conoció en 1969 y se convirtió en su mentora espiritual y maestra. Para él y los cineastas alemanes de su generación, Eisner era una conciencia colectiva y un eslabón perdido: había conocido a todos en el cine desde sus inicios. Su departamen­to parisino era lugar de reunión constante de jóvenes cineastas alemanes. Ella fue la voz narradora en Fata Morgana (1971) de Herzog y a ella le dedicó El enigma de Kaspar Hauser (1974); Wim Wenders le dedicó Paris, Texas (1984).

De caminar en hielo, en todo caso, tiene que ver menos con Eisner que con Herzog, o más bien tiene que ver casi exclusivam­ente con él: su soledad, sus percepcion­es, la forma en que se relaciona con el paisaje y en la que no se relaciona con la gente. El libro es el diario de ese viaje entre el 23 de noviembre y el 14 de diciembre de 1974, aunque se publió cuatro años después. Lo emprendió en una de sus reacciones caracterís­ticamente extremas, tomando una bolsa, una brújula, un par de botas nuevas y un poco de dinero. Como cada película suya tiene una historia sobre los peligros o sufrimient­os del director y el equipo, este viaje tuvo sus penurias. Incomodida­d constante, ampollas, calambres, la inflamació­n de los tendones, el frío, sobre todo el frío. El día tres informa: “Granizo y tormenta, la primera ráfaga casi me alza en vilo”. Fuera de Kirschheim, en los primeros días de su viaje: “Las piernas me duelen tanto que casi no puedo poner una delante de la otra. ¿Cuánto son un millón de pasos?”. Era un reto físico, consideran­do que gran parte del tiempo estuvo dominado por temporales de lluvia y nieve, pero también psicológic­o. “¿Es buena la soledad?”, se pregunta. “Sí, lo es. Solo que aporta miradas dramáticas de lo venidero”. Y fueron semanas de soledad, sin apenas cruzar palabra con nadie.

Cada noche debe encontrar un lugar donde dormir: el hostal del pueblo, una cama en el hogar de una familia compasiva, entrar por la fuerza en una casa desocupada, en los cobertizos del ganado. Las dos últimas opciones fueron las más frecuentes. Su alimentaci­ón básica es mandarinas y leche. No siempre es bien recibido en los pueblos, por su aspecto roñoso y lo absurdo de su peregrinaj­e.

Hay momentos extraños: en Vöheringen tiene un encuentro con un grupo de monjas (una de ellas lleva tatuada en la espalda, de hombro a hombro, un águila); ve morir a una oveja en silencio; en un cine de Estrasburg­o informa que dan películas del cineasta chileno Helvio Soto y del director boliviano Jorge Sanjinés con algunos años de atraso; reconoce plaquetas conmemorat­ivas por los deportados de la Gestapo y se topa con una muestra de casas rodantes; uno de los pocos desvíos es para ver el lugar de nacimiento de Juana de Arco.

Gran parte del libro refiere el creciente aislamient­o que sintió Herzog en su ruta. Aquí él es un extraño en un ambiente hostil. A veces, su mente se desplaza a preocupaci­ones profesiona­les no menos deprimente­s como, por ejemplo, la época en que él y el cineasta Harun Farocki experiment­aron con la fabricació­n de napalm.

En su diario cuenta Herzog que al llegar a París, exhausto y casi sin pies, le dijo a Eisner: “Abra las ventanas, desde hace unos días que puedo volar”. En el homenaje que escribió en 1982 con ocasión de la entrega de un premio, concluye diciéndole: “Lotte Eisner, no soy el único al que usted le dio alas”. Porque el viaje de Herzog tuvo éxito: ella se recuperó y vivió algún tiempo más, murió en 1983 a los 87 años.b

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► En 1974, Herzog enfrentó situacione­s límite en su viaje de Munich a París.
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Editorial Hueders, Santiago, 2017, 88 pp., $10.000
DEL CAMINAR SOBRE HIELO WERNER HERZOG Editorial Hueders, Santiago, 2017, 88 pp., $10.000

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