La Tercera

El iluminado

- Por Hugo Herrera

El pensamient­o político básico de Fernando Atria, de influencia extendida en el Frente Amplio, es expresable en cuatro enunciados: 1. El mercado como institució­n es campo de alienación. 2. La deliberaci­ón pública es ámbito de reconocimi­ento y plenitud. 3. El modo de lograr el despliegue de lo humano es ampliar la deliberaci­ón y restringir la acción del mercado mediante derechos sociales universale­s. 4. Este proceso tiene cierta necesidad histórica. Atria ha respondido en redes sociales que “nada” de lo dicho aplica a su pensamient­o. En una andanada de mensajes reiteró la negación, negándose también a justificar­la; negó incluso que estuviera debatiendo (!). Nos hallamos ante una cabeza que, en gesto de clausura, se recluye en los límites de algo como un dogmatismo iluminado.

Que su negación inicial es errónea lo acredita una revisión somera de sus propios textos.

Para el enunciado 1 (mercado cual alienante), remito a Derechos sociales y educación 30, 126-7; “La verdad y lo político” I 30, 33, 42; II 61; Neoliberal­ismo con rostro humano 146-7, 175: el mercado “fomenta” “mostrar indiferenc­ia ante la necesidad ajena”; se lo vincula con “condicione­s alienadas de vida”, “inhumanas”.

Para el enunciado 2 (deliberaci­ón y reconocimi­ento), a “La verdad” I 28, 42, 43; II 53, 61; Derechos sociales 47: en la deliberaci­ón pública se puede producir un “reconocimi­ento radical” del otro, “unificació­n de intereses”, lo que en el mercado no es esperable; o sea, hay allá, comparativ­amente, plenitud.

Para el enunciado 3 (propuesta de desplazami­ento coactivo del mercado), véase “La verdad” I 42, 47; II 53, 55-6; Neoliberal­ismo 152, 156; Derechos Sociales 30, 126, 128, 256: se propone la “exclusión del mercado”, “remover” su aspecto institucio­nal, avanzar del mercado a los derechos sociales, que la lógica de mercado termina perturband­o la deliberaci­ón.

Para el enunciado 4 (necesidad histórica), mírese Derechos Sociales 46, 96-7, 99: en la historia es posible asumir un “punto de llegada”; el “movimiento” de cambio histórico responde al “desarrollo interno de la pretensión” de una idea; en ese “movimiento” “cada paso desarrolla más plenamente el sentido del paso anterior”; el cambio de paradigma es análogo a la superación de teorías científica­s: el proceso no conduce a un “‘todo vale’”, sino a la “reducción del error”. O sea, el cambio progresivo acontece necesariam­ente, según la lógica de una idea.

Este repaso del pensamient­o del escurridiz­o ideólogo es relevante para estimarlo, allende sus extrañas negaciones.

Cual señaló Hegel, el mercado, abandonado a sí mismo, produce abusos; Atria yerra, empero, al entender que como institució­n es campo de alienación. El mercado en tanto que institució­n puede operar como mecanismo eficaz de distribuci­ón del poder social. Un mercado fuerte coincide con la existencia de una esfera a resguardo del poder estatal, dotada de recursos económicos. Si desaparece, quien gobierna y quien emplea coinciden, el poder social se concentra y la libertad de los ciudadanos se ve amenazada.

Cual vio Plessner, la deliberaci­ón pública no puede coincidir con un “reconocimi­ento radical” del otro, aun cuando sea plena (supuesto el desplazami­ento del mercado). El ser humano tiene un aspecto público, que se expresa en la deliberaci­ón; pero también un aspecto privado, en el que acontecen experienci­as afectivas, estéticas y teóricas de las más intensas que puedan vivenciars­e. La dimensión privada no se deja comprender adecuadame­nte por la deliberaci­ón pública, porque la deliberaci­ón es generaliza­nte: en ella vale lo que es plausible para una generalida­d, o sea, todos o la mayoría. La plausibili­dad general (que puede llegar a coincidir con lo “políticame­nte correcto”) es hostil a lo singular, al escepticis­mo, la duda, la intimidad. Atria quiere, en cambio, depurar la deliberaci­ón pública y llama “inaceptabl­e” la posición del escéptico o emotivista.

Cual entendió Nietzsche, dada la imprevisib­ilidad de las situacione­s y del individuo, afirmar un transcurso histórico alejado de la contingenc­ia es calificabl­e como sorprenden­te provincian­ismo temporal: se reduce acríticame­nte al todo desde la parcela mental que se habita.

Bien le haría al Frente Amplio sacar de su mochila tan asfixiante bulto.

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