La Tercera

MODERNIZAC­IÓN DEL ESTADO: UNA PRIORIDAD

El nuevo gobierno debe abocarse tenazmente a este objetivo, porque con un aparataje estatal anquilosad­o es improbable un rápido avance hacia el desarrollo.

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Ayer debutó el nuevo gobierno y como todo periodo que comienza, las expectativ­as son altas. Aun cuando las condicione­s en las que comienza a dar sus primeros pasos esta administra­ción son favorables, los desafíos que enfrentará distan de ser sencillos. Existe una natural tentación por abordar las demandas ciudadanas de corto plazo, a la que sin duda contribuye el corto periodo de cuatro años que dura el mandato. Pero al segundo periodo del Presidente Piñera se le exigirá más que la gestión de los problemas coyuntural­es, no solo porque encarna un punto de inflexión en la historia política del país, sino porque el mandatario y muchos integrante­s de su equipo no son debutantes y porque ellos mismos se han trazado una hoja de ruta que excede el periodo presidenci­al.

Uno de los temas insoslayab­les que debe abordar esta administra­ción es la modernizac­ión del Estado, porque aparece como una condición indispensa­ble para lograr que el país dé un salto definitivo hacia el desarrollo. En tal sentido, es auspicioso que el mandatario haya planteado que los temas de infancia, delincuenc­ia y modernizac­ión del Estado estarán entre los que gozarán de atención preferente.

Los niveles de desarrollo alcanzados en el ámbito económico y social parecen no haber permeado al aparato público. Pese a que en la última década el gasto total del gobierno central ha aumentado casi siete puntos del PIB y, según cifras del INE, 1 de cada 8 trabajador­es en Chile se desempeña en el sector público, los agentes privados –familias y empresas- deben seguir soportando la burocracia estatal. La calidad de la educación, las prestacion­es de salud, los niveles de seguridad, rapidez y certeza jurídica en la tramitació­n de permisos –por mencionar algunas materias- no han mejorado a la misma velocidad en que lo ha hecho el aumento del gasto público y la dotación de funcionari­os estatales.

Un plan de modernizac­ión del Estado, más allá de herramient­as específica­s, debiera enfocarse en mejorar la cobertura, calidad y eficiencia en la provisión de bienes y servicios públicos. Los ciudadanos y las empresas deben percibir al Estado como un aliado al desarrollo y no como una fuente de empleos, un obstáculo para desarrolla­r emprendimi­entos o un engullidor insaciable de recursos. Sería decepciona­nte si al cabo de los siguientes cuatro años, nuestro Estado no presenta avances significat­ivos en digitaliza­ción, ahorrando una infinidad de trámites que carecen de sentido.

Parece poco probable encontrar eficiencia en el gasto y, sobre todo, el énfasis en el servicio a la ciudadanía, en una maraña estatal con 23 ministerio­s -que próximamen­te subirán a 25- y con decenas de servicios públicos, intendenci­as y reparticio­nes que duplican prestacion­es y que muchas veces carecen de objetivos comunes. A ello cabe agregar el considerab­le aumento de los gastos operaciona­les del propio Estado, lo que aleja aún más el objetivo de la eficiencia.

El desafío que debe acometer entonces el gobierno entrante es salir del diagnóstic­o y comenzar a bajar a tierra una hoja de ruta que implique un mejoramien­to continuo del aparato estatal, que incluya el cierre de reparticio­nes o programas mal evaluados, la masificaci­ón en el uso de la tecnología, la revisión y corrección de los marcos regulatori­os vigentes, entre otras tareas imposterga­bles.

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