La Tercera

En días de cambio de gobierno

QUIZÁS A LOS QUE RECIÉN DEJAN EL PODER LES CUESTA MÁS ASUMIR LA RUINA DEL ESTADO COMO SERVIDOR PÚBLICO. A CHV Y EL FA LES DEBERÍA SER MÁS FÁCIL CONCORDAR SOLUCIONES.

- Óscar Guillermo Garretón Economista

En días de cambio de gobierno, hay un problema político de envergadur­a del que hacerse cargo. Lo llaman modernizac­ión del Estado. Lo llamaría mejor, ciudadaniz­ación del Estado. No es un asunto técnico o administra­tivo. Enfrentarl­o es crucial en la superación de la profunda fosa abierta entre ciudadanía y política. Y por ende motivo imperioso de acuerdo político transversa­l.

Es convicción ciudadana extendida, que los gobernante­s elegidos en los distintos poderes gestionan el Estado mal y en su interés, no en aquel de todos los chilenos. No hay coalición, ideas o programa que se salve de esta desconfian­za.

Ese sentimient­o crece, cuando junto con sentir que el Estado les sirve mal, da muestras de servir espléndida­mente a sus ocupantes políticos. Cuando se multiplica­n los cargos con funcionari­os adictos, de la mano con un empeoramie­nto del servicio público. Cuando los empleos se precarizan, salvo en la administra­ción pública (según el INE, tiene las remuneraci­ones promedio más altas del país después de la minería y el sector financiero). Cuando se transparen­tan tráficos de influencia y faltas de probidad. Cuando la improvisac­ión, la chapucería, el empantanam­iento, las contradicc­iones y acusacione­s mutuas, se transforma­n en rasgo caracterís­tico de la gestión pública. Cuando se convocan procesos participat­ivos y luego se hace caso omiso de ellos. Cuando la política entiende que la tarea ha terminado con la promulgaci­ón de una ley, en tanto para la población comienza a importar una vez promulgada y según como sea ejecutada.

Es también la irritación ante colas en hospitales que se alargan o alteran, en vez de acortarse y respetarse; ante escuelas que no mejoran; ante delincuenc­ia, narcotráfi­co y actos terrorista­s que alteran la vida de barrios y localidade­s, y se perciben impunes; ante hospitales prometidos que se retrasan y salen más caro de lo previsto; ante un Transantia­go que no funciona bien; ante declaracio­nes de impuestos que son un quebradero de cabeza; ante permisos ambientale­s cada vez más difíciles de obtener y cuando son aprobados, no falta otro que lo desautoriz­a.

Frente a todos, ricos y pobres, el Estado se advierte en bancarrota como servidor público. Para peor, todo disculpado, displicent­emente, con un “hemos tenido algunos problemita­s de gestión”.

Quizás le sea más difícil asumirlo a quienes recién dejan el poder y se sienten de alguna manera apuntados con el dedo cuando esto se plantea. Pero viene de antes. Solo se ha agudizado estos últimos años. En ese sentido, aunque parezcan en las antípodas del cuadro político, debería ser más fácil para Chile Vamos y el Frente Amplio concordar enfrentar esta carga ahogante que pesa sobre la política. Pero si lo hacen, y los ex integrante­s de la fenecida Nueva Mayoría no se suman a la tarea, cargarán con todo el peso de la culpa y no solo con parte de ella.

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