Masculinidad al palo
No hay contexto posible para justificar lo injustificable. Gustavo Cordera, el ex cantante de Bersuit Vergarabat, el mismo que en la década pasada hacía bailar a los universitarios con frases del tipo “la petisita culona, le puso sal a la fiesta”, declaró en agosto de 2016 que “hay mujeres que necesitan, porque son histéricas, ser violadas” y que le parecía una “aberración” no poder tener sexo con menores de edad. Aquello generó una comprensible y unánime reprobación que lo llevó a ser procesado en su país por apología del delito, que le ha impedido trabajar en Argentina y que esta sema- na rebotó en Chile al cancelarse los tres shows que tenía programados en el territorio debido a las campañas en redes sociales que buscaban frenar la realización de los mismos. Se trata de una muestra elocuente del nuevo estándar que impera en la sociedad y que también repercute en asuntos como el de los espectáculos en vivo. Pero también abre el debate respecto de cuál es la media para fijar ese estándar y de si existen o no otros discursos artísticos o privados que podrían motivar funas similares.
Lo de Cordera, para que no queden dudas fue algo que dijo a título personal y en el contexto de una charla. Es decir, no fue un discurso articulado en algunas de sus canciones o presentado bajo un paraguas artístico que en muchos otros casos ha permitido decir brutalidades similares, pero con la justificación de que es una interpretación de la realidad. Sin embargo hay otros mundos musicales como el del reggaetón, el trap, cierto hip hop y hasta vertientes del metal extremo, donde la misoginia, el sexismo y la cosificación de la mujer -sólo por referirnos al temario que tan penosamente aludió el calvo vocalista-, abundan, aunque hasta ahora sin el mismo nivel de reprobación.
Quizás el único antecedente reciente fue el de Maluma en Viña 2017, que llegaba a poco de estrenar su canción
Cuatro Babys y que básicamente hablaba de un tipo que tenía cuatro parejas simultáneas y de que todas “chingaban” cuando él quería. Aquello generó una tibia campaña en redes sociales donde básicamente le pidieron que no cantara esa canción. Sin embargo, el colombiano se defendió de una forma tan cínica como eficaz: “si ellas lo piden, yo lo canto”, como si él fuera un mero instrumento de lo que decide cantar.
Lo de Cordera, aunque merecido por la tamaña brutalidad de la que nunca se disculpó del todo (al contrario, relativizó sus dichos amparándose en el derecho a la libre opinión o en una justificación casi filosófica de la
mentada frase), igual marca un precedente que va a ser difícil de administrar en el futuro y que se relaciona con otras causas recientes en el mundo del espectáculo. Y lo que podría venir es simplemente inédito: la posibilidad concreta de vetar o impedir shows de artistas por las causas más diversas.
Algunos, los más tolerantes o insensibles, defienden el derecho del mentado Cordera al trabajo. Algo parecido a lo que se escuchó tibiamente en el caso del chileno Tea Time, de Los Tetas, acusado en 2017 de golpear su novia de entonces y que terminó expulsado de su banda y recluyéndose casi por completo. En ambos casos, lo que se ve hasta hoy son carreras prácticamente acabadas, pero en el mundo de la música, como en la vida misma, se han visto muertos cargando adobes y la historia está llena de redimidos que han vuelto desde las tinieblas.
La frasecita famosa le costó caro a Cordera y no hay dos vueltas que darle: el repudio se lo tiene bien merecido. Donde sí queda espacio para la duda es resolver si a partir de la brutalidad que dijo se abre de ahora en adelante un espacio para el veto a los propagadores del sexismo o a los que hacen apología a la violencia. Son los tiempos que corren y los nuevos costos y responsabilidades que hay que asumir por vivirlos.b