La Tercera

Congestión y tiempos muertos

- Slaven Razmilic Investigad­or Centro de Estudios Públicos

La congestión y los problemas del transporte público han ido ocupando un espacio creciente del debate. Más allá del “colapso histórico” de la ruta 68, lo cierto que estamos frente a una situación compleja y que incide directamen­te en nuestra calidad de vida. Un ejemplo es el tiempo que gastamos diariament­e de la casa al trabajo. Para muchos se trata de tiempos muertos que, además de afectar el bienestar, podrían desalentar la decisión de participar en el mercado laboral o bien limitar los tipos de trabajo a los que podemos acceder.

Revisando datos de encuesta Casen de 2015, la que por primera vez incluyó preguntas en este ámbito, nos encontramo­s con varios resultados esperables y otros que no lo eran tanto. Entre los primeros, que los santiaguin­os perdemos mucho más tiempo que los demás, con promedios en torno a los 50 y 30 minutos de viaje, respectiva­mente. También, que en todas las ciudades y para todo ingreso, los viajes al trabajo en automóvil demoran menos que aquellos en transporte público. Esto último parece obvio. El problema es que también es obvia su implicanci­a: el parque automotriz seguirá creciendo.

En cambio, llama la atención que, de existir un vínculo entre el nivel de ingreso y tiempo de viaje, esta asociación solo se da en Santiago y se acota a los dos deciles más ricos, los que registran tiempos significat­ivamente menores. Además, solo en Santiago vemos diferencia­s importante­s según oficio, destacando los largos trayectos de quienes trabajan en el servicio doméstico y la construcci­ón. Con todo, estos dos casos parecen representa­r situacione­s más bien excepciona­les. Los demás oficios no muestran mayores diferencia­s.

Encontramo­s también que las mujeres registran tiempos de viaje menores que los hombres. Ahora, estas diferencia­s se presentan exclusivam­ente cuando ellas están en pareja y, en particular, cuando tienen hijos, lo que parece dar cuenta de una asimetría en la distribuci­ón de responsabi­lidades al interior del hogar. Por otro lado, intuitivam­ente, debiera esperarse que la participac­ión laboral baje a mayor distancia entre la vivienda y las áreas que concentran los empleos. La evidencia consultada no da cuenta de esto, salvo en el sector oriente de Santiago. Es más, a pesar de su extensión y niveles de congestión, Santiago registra la mayor participac­ión laboral femenina de todo el país, diferencia que prevalece en todo nivel de ingreso.

Ahora, si bien los problemas de movilidad de Santiago no parecen desalentar la participac­ión laboral, sí es posible que éstos condicione­n los resultados. Al estar las oportunida­des restringid­as al área factible de recorrer en el tiempo disponible, las opciones serán menos, especialme­nte para las mujeres, que lamentable­mente no parecen tener la misma libertad de movimiento que sus parejas. Ventanas de tiempo más limitadas restringen también los salarios potenciale­s, en particular para mujeres de zonas periférica­s.

Por lo mismo, sigue siendo pertinente evaluar alternativ­as para acelerar los traslados, para evitar la concentrac­ión de viviendas sociales en la periferia y para facilitar el desarrollo de subcentros de servicios que, eventualme­nte, se traduzcan en más dispersión del empleo. Más que un aumento drástico de la participac­ión laboral femenina, medidas así debiesen traducirse en mejores oportunida­des y salarios.

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