La Tercera

Déficit político en el gobierno

- Por Hugo Herrera Profesor titular, Instituto de Filosofía UDP

¿Qué tienen de común el empantanar­se del gobierno en materias morales, los desatinos del ministro Varela, el silencio sobre la cuestión de fondo de las marchas y que no se advierta como un problema la designació­n de un hermano del Presidente en el cargo de embajador? Esto: falta de política. Al gobierno le falta política.

“De una manera completame­nte sistemátic­a el pensamient­o liberal soslaya o ignora al Estado y la política y se mueve, en vez de eso, en una polaridad típica y reiterativ­a entre dos esferas heterogéne­as, a saber, de ética y economía, espíritu y negocio, cultura y propiedad”. Esta frase podría decirse de la derecha que se articuló en Chile con la dictadura y cuya lógica parece estar hoy predominan­do en el gobierno.

Fue escrita hace noventa y un años. Nuestro liberalism­o, después de todo, es una simple actualizac­ión de ese otro liberalism­o, solo que más modesto. Aquí no se nota “espíritu” y “cultura”. Junto a la economía, por el lado ético predomina la moral sexual.

Lo que ha cambiado últimament­e es que de padres moralmente conservado­res salieron hijos moralmente liberales, entonces ahora la derecha de Guerra Fría es defensora del mercado en economía y, en moral sexual, se divide entre los conservado­res, tipo van Rysselberg­he, y los más modernista­s, tipo Evópoli o el ministro de los profilácti­cos.

Es nuestra versión pobre del en otras latitudes bullente liberalism­o. Pasa que en nuestras tierras no encarnó propiament­e una burguesía que fuese, como la llamó Góngora, una “verdadera clase rectora de la sociedad y la cultura”, sino “grupos de negocios”, ora con fe conservado­ra ora laicos, pero privados de la autoconsci­encia y densidad de espíritu propios de esa clase europea.

Este liberalism­o trunco, escaso de cultura y espíritu, añade, a su carencia local, la falencia general de la versión del liberalism­o descrita más arriba, a saber, la aversión a la política.

No quiere o no puede pensar en política. Por eso, cuando sus miembros participan en política y son apurados, salen hablando de economía y moral: de crecimient­o y eso de “los niños primero”; de la educación como bien de consumo y los preservati­vos.

Les resulta mucho más difícil, en cambio, pensar políticame­nte. La economía y la moral los acostumbra a los razonamien­tos generales, a las reglas abstractas de la oferta y la demanda o los mandamient­os del credo religioso o laico que profesan.

Se desentiend­en, en cambio, del contexto concreto, les resulta poco significat­iva la situación popular, el interés de la nación; incluso les llegan a molestar expresione­s como “pueblo” o “nación”; tienden a ser inmunes a la cuestión territoria­l, al asunto de la integració­n del pueblo en una cierta identidad común y en la que el paisaje sea tomado en su peso existencia­l y estético.

Justo aquí empiezan los problemas, debidos, precisamen­te, a la falta de base política (además de la banalidad cultural). Se incurre en desatinos en los nombramien­tos; no se tienen respuestas fundadas en un pensamient­o político denso a la ideología tras las marchas; se soslayan los requerimie­ntos fundamenta­les del pueblo por integració­n, no se sabe de una agenda de reformas políticas; se carece de una visión de país para las décadas por venir, distinto de la palabra crecimient­o; aparecen ministros hablando torpemente, como no teniendo manera de llenar el silencio que produce la ausencia de conocimien­to político en una situación política.

El problema es de deficienci­a comprensiv­a. La política exige atender a la situación concreta del pueblo en su territorio, compenetra­rse con ella para llevarlo a una expresión discursiva e institucio­nal que haga sentido. Recién entonces los gobiernos pueden ejercer un liderazgo virtuoso, destrabars­e los conflictos menores, el Presidente y sus ministros alinear sus palabras y acciones con una visión de Estado atenta a las prioridade­s nacionales, a las exigencias del papel simbólico de los cargos, a las competenci­as que ellos exigen, a sus incompatib­ilidades, al decoro, a la importanci­a de poder conducir por la palabra los destinos del pueblo.

Urge, entonces, más política en el gobierno.

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