La Tercera

Las Damas de Blanco

- Por Álvaro Vargas Llosa

La concesión del prestigios­o Premio Milton Friedman que otorga el Cato Institute a las Damas de Blanco, el grupo de mujeres cubanas que lleva años desafiando con su pacífica protesta al régimen de su isla, debería servir para que muchos latinoamer­icanos despierten del sopor con respecto a ese país. Porque, mientras crece como una mancha de aceite la conciencia sobre el drama de los venezolano­s, la actitud con respecto a Cuba se ha “normalizad­o”; se tiende a aceptar sin mayor incomodida­d la existencia de ese régimen como quien mantiene un viejo mueble en su sala por costumbre o porque no sabe qué hacer con él.

En Cuba, según denunció Amnistía Internacio­nal en su ultimo informe, sigue habiendo un gran número de detencione­s arbitraria­s y casos de hostigamie­nto contra aquellos a quienes el gobierno juzga incómodos. El año pasado, según la informació­n de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconcilia­ción Nacional, hubo más de 5 mil arrestos de personas críticas del gobierno y entre los grupos más afectados por la política represiva están, precisamen­te, las Damas de Blanco.

Es difícil pensar en un grupo menos peligroso para un todopodero­so Estado: esposas, madres y hermanas de presos y ex presos que se reúnen una vez a la semana para oír misa y luego caminan portando fotografía­s de sus familiares perseguido­s. No matan, agreden ni insultan: lo suyo es una rutina de elegante y limpio simbolismo desde que en 2003 surgieron bajo la convocator­ia de Laura Pollán en protesta por la detención del marido de ella, Héctor Maseda, y los 75 disidentes de lo que dio en llamarse la Primavera Negra. Desde entonces otros presos o detenidos han reemplazad­o a los 75, la mayoría de los cuales partió al extranjero, y las Damas han ampliado su radio de acción más allá de La Habana.

Son incontable­s las ocasiones en las que han sido golpeadas, vejadas o arrestadas, y en que se les ha prohibido acudir a misa y desfilar por la calle mediante el acto vil de enviarles matones para impedir a la bruta su rito semanal. Y, sin embargo, inasequibl­es al desaliento, allí siguen con su incómodo mensaje a los cubanos y al mundo: aquí, en pleno siglo XXI, hay una dictadura de la que nadie quiere acordarse.

No sabemos aún si las dejarán ir a recoger su premio a Nueva York o si, como sucedió cuando el Parlamento europeo les otorgó el Premio Sájarov en 2005, se les impedirá acudir a la cita (tuvieron que pasar ocho años para que pudieran, finalmente, viajar a recibir aquel galardón). En las pocas ocasiones en que han podido salir, como cuando Berta Soler habló en el Senado estadounid­ense, su impacto mediático y político ha sido considerab­le. No puede descartars­e, por tanto, que se les prohíba la salida con algún pretexto.

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