La Tercera

Charly García juega a la sorpresa

- Por Víctor Cofré / Buenos Aires

El argentino agotó en 15 minutos 3.200 ubicacione­s de un concierto anunciado solo días antes. En el Teatro Gran Rex, de Buenos Aires, sus incondicio­nales lo escucharon este lunes con fervor adolescent­e y completaro­n con sus voces los volúmenes que el argentino ya no alcanza. Un paseo por el reino de Charly.

No tiene la mis- ma voz de antes, pero preserva las huellas de su voz. No tiene la misma movilidad, pero el desparpajo sigue intacto. No produce los éxitos del pasado, pero su elogiado último álbum encabeza las nominacion­es a los premios Gardel, que se entregan a fin de mes. Charly García, a sus 66 años, ya no se muestra como antes, pero sorprende de cuando en vez. Hace una semana, la leyenda mayor del rock argentino convocó a sus fanáticos a un sorpresivo show en el señero teatro Gran Rex. La venta, física y online, tardó 15 minutos en agotar las 3.200 localidade­s. El telón se levantó a las 20:50 horas del último día de abril y Charly, sentado en una esquina del escenario, comenzó su canto: “Acabo de llegar/no soy un extraño/conozco esta ciudad/no es como en los diarios”.

Fueron casi cien minutos y 22 canciones. Charly no se levantó de su sofá negro; sentado durante todo el show, aún sufre las secuelas de una fractura de cadera. Después de No soy un extraño, otros dos éxitos del pasado: Institucio­nes, la única de su época de Sui Generis que incorporó al setlist, y Cerca de la revolución, que levantó a todo el Gran Rex, que en realidad nunca estuvo sentado. “Decían que estaba acabado, que no podía componer más”, dijo tras la explosión de sus tres primeras canciones y antes de entonar La máquina de

ser feliz, una pieza de Random, su último trabajo, de comienzos de 2017.

Charly no se subía a un escenario desde febrero, cuando en otro recital sorpresa inauguró el formato actual, denominado La Torre de Tesla, en el Teatro Coliseo, para 1.600 personas. El año pasado hizo una sola presentaci­ón, en marzo y también de improviso, tocó quince canciones en un teatro de 385 butacas. Al Gran Rex, en calle Corrientes, a metros del Obelisco, no volvía desde hace siete años, cuando festejó sus seis décadas de vida con nueve presentaci­ones que luego editó en tres registros de audio y video.

Todo ello –la ausencia, el morbo de su condición, el recuerdo de su grandeza- alimentó el fervor de los incondicio­nales que llega- ron al Rex este lunes.

La Torre de Tesla es un homenaje a Nikola Tesla, un inventor que imaginó a principios del siglo pasado la transmisió­n eléctrica inalámbric­a. Charly escribió en el folletín oficial del concierto que su Tesla era una analogía de la utopía. Por eso al centro del escenario dispuso de una torre que ilustró esa analogía. Y a sus costados, una banda de cinco acompañant­es con delantales blancos: Rosario Ortega en la voz, Fabián Quinteros en los teclados, y los chilenos Toño Silva, batería, Carlos González, bajo, y Kiuge Hayashida, en guitarra. El trío de los chilenos que lo acompaña desde hace ya varios años.

Charly no está acabado e intentó demostrarl­o el lunes, con una puesta en escena sencilla y eficaz. En el aniversari­o número 20 de la edición argentina de la revista Rolling Stone, de abril, anticipaba que quería volver a escena. “Tengo muchas ganas de tocar, pero bueno, con esto de la cadera... Lector, ¡me rompieron la cadera! Y no me la curaron. Apenas esté bien voy a tocar”, le soltó a los periodista­s de la revista. Y tocó este lunes, apoyado sobre todo por Rosario Ortega, que elevaba la voz cuando Charly ya no alcanzaba algunos tonos; o su timbre desaparecí­a bajo el sonido de la música. El mismo respaldo provino de una audiencia intergener­acional que entonó casi todo lo que se pudo entonar esa noche y que entre sus asistentes contó a Ricardo Mollo, el guitarrist­a de Sumo y Divididos que generó, con su sola presencia, la primera ovación de la platea, minutos antes del show.

El repertorio incluyó cuatro canciones de Random; tres de un perdido disco de hace más de una década, Kill Gil; y tres también de dos emblemas de los años ochenta: Clics modernos y Piano bar. El primer segmento incluyó clásicos como Rezo por vos, Yendo de la cama al living, Promesas sobre el bidet y terminó en jolgorio con

Demoliendo hoteles. El telón se cerró y Charly descansó seis minutos. Nadie lo vio ponerse de pie. Cuando el escenario volvió a iluminarse, ya estaba en el mismo lugar del inicio: sentado frente al teclado, entonando Los dinosaurio­s. Vino la primera rechifla, pero no para él: en la pantalla, Los dinosaurio­s

eran ilustrados por videos de los militares que encabezaro­n la dictadura militar trasandina. El recurso fue empleado durante todo el concierto y reflejó el gusto del propio argentino por el cine, con escenas de Psicosis y

Toro salvaje, entre otras. También por recuerdos gráficos de sus propios desaguisad­os, incluyendo el video del increíble y preciso salto desde un noveno piso a una piscina en un hotel mendocino, en marzo de 2000.

En la segunda tanda, cinco canciones, un invitado –Billy Bond, otro pionero del rock argentinoy dos hit para el cierre: Fanky y, fuera de programaci­ón, Nos siguen pegando abajo. Telón nuevamente y ahora sí Charly ya no volvió. La fanaticada no aflojó, gritó contra Mauricio Macri –algo que se va haciendo hábito en eventos masivos en Argentina; el domingo ocurrió lo mismo en un recital de Fito Páez en el Luna Park- y en un emocionant­e rito estrenado en shows anteriores, cantó al aire y de corrido tres piezas del repertorio de Charly. Un Charly que prepara un nuevo disco y que está volviendo de a poco. Y por sorpresa.

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