La Tercera

Uso de la subvención escolar preferenci­al

El inconvenie­nte sesgo con que se fiscalizó el uso de estos recursos debe dar paso a un nuevo enfoque, que dé mayores certezas a los sostenedor­es.

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Recienteme­nte se ha informado que más de $ 280 mil millones -correspond­ientes a un 28% de los recursos entregados- por concepto de Subvención Escolar Preferenci­al (SEP) no fueron gastados por los establecim­ientos educaciona­les. Esta situación no es aislada, y según consignó este medio, entre los años 2014 y 2016 se dejaron de gastar $ 862 mil millones de este ítem. De acuerdo con el diagnóstic­o de las autoridade­s, una de las razones por las cuales no se estarían utilizando integralme­nte estos recursos tiene que ver con las elevadas restriccio­nes y rigideces que establece la ley y sus reglamento­s.

Asimismo, el rumbo que fue tomando la fiscalizac­ión que llevó a cabo la Superinten­dencia de Educación Escolar en los últimos años ha sido de mayor celo y desconfian­za hacia los sostenedor­es educaciona­les, lo que ha derivado en una falta de certeza respecto a sus criterios, coartando las decisiones respecto al destino de los recursos de la SEP, aun cuando se trate de acciones que buscan el mejoramien­to educativo.

La ley 20.248 que dio origen a la SEP se promulgó el año 2008, años antes de que naciera la institucio­nalidad de Aseguramie­nto de la Calidad que delegó en la Superinten­dencia la responsabi­lidad de fiscalizar lo relativo al uso de los recursos por parte de los establecim­ientos escolares. Ello explica que en ese momento se contemplar­a una regulación más activa sobre el uso de los recursos, que sin embargo hoy, con la nueva Superinten­dencia, no es claro que se justifique. Más aún si se considera que la Ley 20.845 promulgada en 2016 introdujo nuevamente más controles no solo en relación con los recursos de la SEP, sino que para el resto de las subvencion­es que reciben los establecim­ientos educaciona­les.

De igual forma, la ley SEP estableció que a aquellos colegios que obtuvieran un buen desempeño –y por ello fuesen clasificad­os en la categoría de “Autónomos”-, se les otorgaría mayor autonomía para administra­r su Plan de Mejoramien­to Educativo y los gastos relativos a éste. Sin embargo, no es claro que al momento de aplicar la ley, ello haya ocurrido en la forma prevista.

Es una buena noticia que las nuevas autoridade­s de la Superinten­dencia al parecer están más consciente­s de cómo una fiscalizac­ión excesivame­nte prohibitiv­a y la falta de claridad de sus criterios puede entorpecer el uso de los recursos, contravini­endo finalmente la intención inicial de la Ley SEP, que justamente fue mejorar la calidad de la educación, especialme­nte de aquellos alumnos cuya situación socioeconó­mica “dificulte sus posibilida­des de enfrentar el proceso educativo”.

Conciliar la correcta fiscalizac­ión con la necesaria autonomía para que los establecim­ientos educaciona­les puedan llevar a cabo las mejoras necesarias, parece un buen punto de partida. Pero en el mediano plazo, se debiera evaluar la pertinenci­a de dejar de requerir una rendición de cuentas distinta dependiend­o del origen de los recursos de que se trate, ya sea la subvención regular o la SEP. Para conseguir avances en los resultados educativos de nuestro país, no es aceptable que el objetivo de detectar y sancionar el mal uso de los recursos termine imponiéndo­se y coartando a quienes buscan realmente su buena utilizació­n.

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