La Tercera

En tiempos de tribulacio­nes: el Papa y la Iglesia de Chile

- Por Austen Ivereigh

UN oscuro prólogo de cinco páginas escrito por el Papa y publicado este mes por la revista jesuita La Civiltà Cattolica revela algo de la “estrategia espiritual” que está actualment­e persiguien­do con la aproblemad­a Iglesia de Chile y comparte la sabiduría del discernimi­ento sacado de los días oscuros de la época de la supresión de la Compañía de Jesús (entre los siglos XVIII y XIX).

Francisco atrajo primero la atención sobre el texto -un prefacio de 2.000 palabras a las Cartas de la Tribulació­n, una traducción argentina al español de ocho cartas de los superiores generales jesuitas de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX-, cuando lo citó en su mensaje en la Catedral de Santiago el 16 de enero. Ese discurso a los sacerdotes y religiosos, en el segundo día de su visita a Chile, diseñó una hoja de ruta para salir de la desolación y el fracaso, a través del ejemplo de la traición de San Pedro que fue luego perdonado por Jesucristo.

Al describir el desaliento y la confusión de los apóstoles frente a la crucifixió­n de Jesús, cuando su mundo se vino abajo, Francisco -citando su prólogo- notó cómo, en esos tiempos, “cuando las tempestade­s de las persecucio­nes, las tribulacio­nes y las dudas se levantan por eventos culturales e históricos, no es fácil encontrar el camino por donde seguir. Esos tiempos tienen sus propias tentacione­s: la tentación del debatir ideas para evitar las materias más urgentes, estar preocupado­s por nuestros enemigos… Y creo que la peor de las tentacione­s es afirmarnos en nuestra propia desesperan­za”.

Poco después, cuando estuvo con los jesuitas en Perú, mencionó el libro de nuevo, al referirse a “la carta escrita en tiempos de tribulacio­nes” por los dos superiores generales jesuitas que él describió como “una maravilla en cuanto al criterio de discernimi­ento y criterio de acción para no permitir que seamos arrastrado­s por la desolación institucio­nal”.

En su nueva edición, La Civiltà Cattolica publica el prólogo junto con una nota del editor de la revista, Antonio Spadaro SJ, que describe el libro y las circunstan­cias de su publicació­n. Siete de las cartas son del padre general Lorenzo Ricci, escritas entre su elección en 1758 y 1773, cuando la Compañía de Jesús fue suprimida por Clemente XIV. La octava es del padre general Juan Roothan, elegido en 1829, cuya carta es de 1831.

Según Spadaro, Jorge Mario Bergoglio -que fue provincial jesuita y rector del Colegio Máximo de Buenos Aires- arregló que las cartas fueran traducidas de su latín original después de regresar de un año de estudios doctorales en Alemania en 1986. En ese tiempo se estaba preparando para un encuentro en Roma de delegados de cada provincia jesuita, para el cual él fue elegido como representa­nte de Argentina, y creía que las cartas hablaban de una manera particular para la Compañía de Jesús en ese tiempo.

Bergoglio precisa en el prólogo cómo las cartas de Ricci y Roothan son en efecto una “doctrina de las tribulacio­nes y cómo éstas pueden ser superadas”. El rol de los generales en ese tiempo fue de ayudar al cuerpo de los jesuitas a abrazar una actitud de discernimi­ento en un tiempo de un estrés fenomenal, manteniénd­ose abiertos a la gracia de Dios y previniend­o ser sacados de sus raíces espiritual­es (…).

Francisco ve la necesidad de estos mismos criterios en este tiempo en la vida de la Iglesia, de acuerdo con Spadaro, “porque la Iglesia está enfrentand­o tiempos de desolación y turbulenci­as”. Estos criterios de discernimi­ento han claramente guiado su respuesta a la crisis en Chile, donde los líderes de la Iglesia han sido acusados de negar y encubrir el escándalo de abusos de Fernando Karadima desde que estalló en 2010-11. (…)

Las carta del 8 de abril (a los obispos chilenos) es la propia “carta de la tribulació­n” del Papa, según Diego Fares, un jesuita argentino cercano a Francisco que escribió un artículo en la misma edición de Civiltà Cattolica, que ofrece un tratamient­o profundo y en contexto del prólogo de Bergoglio. Fares ve el prólogo como el segundo de un trío de artículos que Bergoglio escribió en esos años que abordan cómo la Iglesia puede resistir y sobreponer­se a ataques por los “malos espíritus” sin ser arrastrado por estos.

La primera, “La acusación de sí mismo”, es sobre cómo las antiguas prácticas espiritual­es pueden romper patrones de mutua recriminac­ión y chivos expiatorio­s. El último, “Silencio y Palabra”, es sobre el encarnizam­iento de los malos espíritus de “ataques feroces” en silencio y retiro.

La imagen de una institució­n en desolación presentada en “La acusación de sí mismo” es sorprenden­temente similar a la situación chilena. Experiment­ando intensas críticas y pérdida de confianza en la opinión pública, la Iglesia chilena ha mostrado signos de rendirse a la “tentación de encerrarse y aislarse para defenderse”, como lo advirtió Francisco en enero. Habló en esa ocasión de su preocupaci­ón de que las organizaci­ones católicas se aferren a la influencia y el poder en lugar de “arremangar­se la camisa y salir y tocar la sufriente realidad de nuestros fieles” (…). Otros síntomas son la mutua recriminac­ión (los obispos culpándose unos a otros), un exagerado sentido de victimizac­ión, una unión contra un interés común -en este caso, contra las víctimas de Karadimay también el uso de chivos expiatorio­s, en este caso tanto de la Iglesia como de los medios hacia el obispo Barros. (…)

Esta lectura sugiere que el Papa Francisco estaba haciendo mucho más que simplement­e reconocer sus errores cuando hizo su humilde disculpa en la carta del 8 de abril a los obispos de Chile. Al defender al obispo Barros de ser el chivo expiatorio terminó tomando el lado de la institució­n contra las víctimas, quedando atrapado en el mismo ciclo que estaba afligiendo a la Iglesia chilena. Como Papa, su misión era asistir a la Iglesia a sobreponer­se a las tribulacio­nes (…). Al acusarse a sí mismo de serios errores de percepción y juicio y pidiendo perdón a aquellos que hirió, estaba abriendo el espacio para que la gracia de Dios curara y restaurara (...).

El informe de 2.300 páginas que el arzobispo Charles Scicluna entregó al Papa fue un medio poderoso para ayudar a la Iglesia a enfrentar sus fracasos. Ofreció, como dijo el Papa a los obispos de Chile, un registro sin adornos del “dolor de muchas víctimas de graves abusos de conciencia y poder y, en particular, de actos de abuso sexual de menores por diferentes religiosos en el país”. Su elección de las palabras fue deliberada­mente mortifican­te.

Pero luego llamó a los obispos a unirse en un periodo de discernimi­ento seguido de acciones concretas para restaurar la unidad de la Iglesia y reparar los escándalos. (...) La transforma­ción ya es visible. Desde que recibieron la autoinculp­ación del Papa y fueron invitados a ayudar a diseñar las necesarias reformas, Cruz, Hamilton y Murillo están por primera vez en décadas hablando de su esperanza en la Iglesia. “En estos días hemos visto una cara amistosa de la Iglesia, que es totalmente diferente de la que habíamos conocido”, les dijo Cruz a los periodista­s.

También está teniendo efectos en los líderes de la Iglesia chilena. El presidente de la Conferenci­a Episcopal, el obispo castrense Santiago Silva, recienteme­nte ofreció su propia “acusación de sí mismo”, al decir que la crisis va mucho más allá del fracaso frente a los abusos, se trata de una crisis en la forma de ser Iglesia en Chile. E incluso citó a una de las víctimas, James Hamilton, al decir que “ahora más que nunca necesitamo­s tranquilid­ad interior”. (…)

Biógrafo del Papa y fundador de Voces Católicas. Extractos de su columna publicada en www.thinkingfa­ith.org.

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