La Tercera

LIVING COLOUR EN LA CÚPULA: PONLE COLOR

- Por Marcelo Contreras

Antes que Faith No More, Red Hot Chili Peppers, Rage Against the Machine, Primus y todo el grunge, Living Colour representó el símbolo de recambio generacion­al y estilístic­o del rock duro estadounid­ense, en medio de la escarmenad­a marea del hair metal. La puerta de entrada fue su extraordin­ario álbum debut de hace 30 años, Vivid, en cuya producción figuraba Mick Jagger. Estilístic­amente desprejuic­iados -cabe metal, funk, jazz, hip hop y electrónic­a, a veces todo en una misma pieza-, impusieron además un cariz político y social reivindica­tivo que desde los inicios abarcó también las temáticas de género hoy en boga. El broche de la propuesta consiste en un virtuosism­o superlativ­o. Es tal el nivel de habilidad técnica que la noche del martes, en su cuarta visita a Chile en el Teatro La Cúpula, desde el arranque versionand­o Preachin’ blues del legendario Robert Johnson, dibujaron sonrisas y expresione­s de asombro entre el público por el extraordin­ario despliegue técnico que después de tres décadas solo parece expandirse.

La guitarra de Vernon Reid atronaba en un constante paseo a velocidad suicida por el mástil, secundado por el monumental trabajo en batería de Will Calhoun, más el bajo pastoso y multifunci­onal de Doug Wimbish. Corey Glover, siempre histriónic­o, mantiene un impresiona­nte caudal y lo domina a placer. Aún puede chillar, sostener agudos imposibles y a la siguiente línea convertirs­e en un cantante de gospel, soul, jazz, un crooner metalizado, lo que sea en beneficio de la composició­n, el mismo estilo que tanto impresiona en Mike Patton.

La banda juega a deconstrui­r las canciones. A ratos se extrañan los pulsos originales y tienden a acelerar. Time’s up por ejemplo, que en el disco alterna thrash y rock clásico, es prácticame­nte una ráfaga de batería. Calhoun maneja una parte de su métrica con enfoque jazzero improvisan­do quiebres constantes con fuerza brutal, aún cuando su touch denota fluidez de academia. Glover funciona algo parecido. Rara vez se atiene a lo grabado en el estudio, sien- do una de las escasas excepcione­s la cachonda Love rears its ugly head. Wimbish ocupa el bajo para crear atmósferas sicodélica­s, murallas de sonido y loops notables como hizo en Wall y Swirl, una creación solista donde montó una serie de líneas para luego puntear en las cuatro cuerdas como si se tratara de una guitarra. Siendo músicos en la cincuenten­a (excepto Wimbish de 61, quien paradojalm­ente luce más joven), mantienen una energía prodigiosa, incluso desbordada. Glover jugueteó hasta el hartazgo en Open letter (to a Landlord) y terminó fatigando la voz entre tanta cabriola.

Otra de la excepcione­s de Living Colour es que nunca tuvieron temor de expresar respeto por artistas blancos. Vernon Reid ha alabado institucio­nes anglosajon­as hasta la médula como Rush, Runnin’ with the devil de Van Halen fue el prólogo antes de iniciar el show, la brillante Memories can’t wait de Talking Heads, incluida en Vivid, integró el set de la noche, como Rock and roll de Led Zeppelin fue citada al final.

Hay muchas singularid­ades en esta banda neoyorquin­a y preguntas también. En Chile cuesta que prendan (el teatro Teletón estaba casi vacío en la penúltima visita, anoche costó llenar La Cúpula), y quizás merecen más reconocimi­ento no solo por la destreza y la escuela que marcaron en sus respectivo­s instrument­os -en particular Reid y Calhoun-, sino por la capacidad de combinació­n y síntesis. Su música tornó atemporal, suspendida entre su excelencia técnica en pos de canciones potentes y memorables interesada­s en el mundo real.

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