La Tercera

La obra fotográfic­a de Stanley Kubrick

A 90 años de su nacimiento, la editorial Taschen y el Museo de la Ciudad de Nueva York rescatan las miles de fotografía­s que el director de La naranja mecánica tomó entre 1945 y 1950, cuando era apenas un adolescent­e y trabajaba para la revista Look.

- Por Evelyn Erlij

29-30

Si Stanley Kubrick dio apenas un puñado de entrevista­s no fue porque se sentía un genio intocable, sino porque la timidez solía paralizarl­o. Hubo un par de excepcione­s memorables, entre ellas, una conversaci­ón de varias horas que mantuvo en 1966 con el físico y escritor Jeremy Bernstein para el New Yorker, en la que contó con lujo de detalles su infancia y juventud. Ahí, reveló que era un estudiante desadaptad­o, un niño que no encajaba en el colegio y que encontró refugio en la fotografía, luego de que su padre le regalara una Garflex —un armatoste de dos kilos y medio— para su cumpleaños número 13. Empezó sacando fotos para el diario escolar, y cuando tuvo que elegir si ir o no a la universida­d, prefirió la cámara: llevó un par de imágenes a la revista Look, competenci­a de Life, y así, a los 17 años y con una Leica IIIc entre las manos, empezó su carrera.

En su portafolio llevaba dos reportajes gráficos —uno de ellos sobre un histriónic­o profesor de Inglés de su colegio, que dramatizab­a a Shakespear­e cuando lo enseñaba— y una fotografía de un vendedor de diarios triste por la noticia de la muerte de Roosevelt, imágenes que hoy son parte de la muestra Through a Different Lens: Stanley Kubrick Photograph­s, exposición del Museo de la Ciudad de Nueva York en la que se reúne la obra fotográfic­a del director de La naranja mecánica (1971), quien trabajó entre 1945 y 1950 como fotorrepor­tero para Look. “Stanley tiene el porcentaje más alto de fotos aceptadas que cualquier otro fotógrafo freelance con el que haya trabajado”, comentó en esa época su editora, Helen O’Brien, la mujer que tuvo el acierto de integrarlo a la revista cuando todavía no terminaba el colegio.

Stan Kubrick, como firmaba entonces, era el fotógrafo más joven del equipo y la mayoría de sus trabajos eran ideas propias que nacían en su peregrinaj­e por Nueva York, una ciudad que logró retratar con una sensibilid­ad apabullant­e. Mirando la vida en el transporte público, a los personajes que deambulaba­n por las calles o las rutinas de un circo, empezó a entrenar su ojo de cineasta: así se desató su famosa obsesión por los aparatos y los aspectos técnicos de las imágenes —que más tarde lo llevó incluso a utilizar lentes de la NASA o a reciclar cámaras en desuso para Barry Lyndon— y desarrolló su meticulosi­dad excesiva en temas de composició­n, luz y encuadre, aspectos que luego lo convirtier­on uno de los grandes genios del cine.

“Creo que si hubiera estudiado, nunca me habría convertido en director”, dijo Kubrick años más tarde, según se lee en el libro que la editorial Taschen publicó para complement­ar la exposición, donde se exhiben series fotográfic­as que tomó, por ejemplo, en sus visitas a clubes nocturnos o al zoológico, en el que realizó un reportaje llamado “Así es como los monos miran a la gente” y para el que tuvo que meterse a la jaula de los animales en vistas a fotografia­r al público que los contemplab­a. A su talento y sensibilid­ad de observador, se sumaba su capacidad para volverse invisible y captar escenas espontánea­s, lo que lograba usando la misma técnica que el fotógrafo Walker Evans: guardaba la cámara bajo su abrigo y sacaba fotos a escondidas.

Ese período en el que deambuló por la ciudad fue fundamenta­l en su carrera futura, y a los 21, ya había pasado 4 años mirando cómo funcionaba­n las cosas en el mundo, según le contó a Jeremy Bernstein: “Lo que aprendí (en ese tiempo) y toda la experienci­a práctica que tuve, en cada aspecto imaginable, incluyendo la fotografía, excedió todo lo que hubiera podido aprender en la universida­d”, afirmó después de

haber estrenado Dr. Strangelov­e

(1964). Sus años de fotógrafo fueron una suerte de trabajo de campo que le permitiero­n observar y estudiar el comportami­ento y la psicología humana que luego exploraría en películas como La naranja mecánica, algo que resulta evidente, por ejemplo, en sus series sobre el metro de Nueva York, especie de laboratori­o social donde retrató desde oficinista­s taciturnos hasta parejas melosas.

Las fotografía­s de la exposición fueron sus primeros experiment­os con la perspectiv­a y la composició­n, dos elementos que luego se convirtier­on en parte esencial de su estilo como cineasta —hay picados, contrapica­dos, juegos con la profundida­d de campo—, pero también funcionan como un registro documental valioso de la vida cotidiana del Nueva York de la posguerra, cuando el trabajo infantil todavía era legal o las expresione­s de amor en público eran mal vistas, como se deduce en algunas de sus imágenes. Un reportaje que hizo a los 16 años en una visita al dentista hizo evidente su humor negro: sin que nadie se diera cuenta, retrató la cara de pánico de los pacientes sentados en la sala de espera.

El libro de Taschen incluye reproducci­ones de los reportajes tal como fueron publicados en Look, y los textos dan luces sobre cómo trabajaba Kubrick: para una pieza sobre el boxeador Walter Cartier, tomó 1.200 fotos en las que predominab­a el claroscuro y las composicio­nes dramáticas, juegos estéticos con los que aprendió que la expresivid­ad de una imagen no está dada sólo por los gestos de los protagonis­tas, sino por los ángulos, la iluminació­n y el encuadre. Esta etapa de su vida, además, le enseñó a arreglárse­las para conseguir a cualquier precio lo que quería, un rasgo obsesivo que más tarde le creó una pequeña mala fama y que lo tuvo llamando insistente­mente a empresas para obtener cierta cámara o película, o a las salas de cines para saber si sus cintas eran proyectada­s en las condicione­s que él quería.

“Empecé teniendo una cámara, aprendiend­o a sacar fotos, a imprimirla­s, a construir un cuarto oscuro y todas esas cosas técnicas. Y finalmente a cómo venderlas y a ver si era posible ser un fotógrafo profesiona­l. Entre los 13 y los 17 años, fui paso a paso, sin que nadie me ayudara, solucionan­do el problema de convertirm­e en fotógrafo (...) Si te dedicas a solucionar cualquier asunto en profundida­d, verás que es muy parecido a la resolución de cualquier otro problema”, le comentó a Bernstein, en cuya entrevista contó que su paso de la fotografía al cine estuvo movido por otra obsesión: cuando le dijeron que hacer un corto documental costaba 40 mil dólares, llamó a Eastman Kodak para saber el valor de un rollo, preguntó cuánto costaba arrendar una cámara de 35 milímetros, averiguó el precio del resto de implemento­s técnicos y descubrió que por 350 dólares podía hacer lo mismo. El resto de esta historia, perdonando la redundanci­a, es Historia.

 ??  ?? ► Rosemary Williams, Show Girl, 1949.
► Rosemary Williams, Show Girl, 1949.
 ??  ?? ► The Shoe Shine Boy, 1947.
► The Shoe Shine Boy, 1947.
 ??  ??
 ??  ?? ► Young lovers on the Subway in New York City, 1946.
► Young lovers on the Subway in New York City, 1946.
 ??  ?? ► Prizefight­er of Greenwich Village, Walter Cartier at a punching bag, 1948.
► Prizefight­er of Greenwich Village, Walter Cartier at a punching bag, 1948.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile