La Tercera

Crimen y castigo

ES ESCALOFRIA­NTE LA ACTITUD NORMALIZAD­ORA DE ALGUNOS SECTORES FRENTE A QUIENES COMETIERON UN CRIMEN SIN PRECEDENTE­S, COMO ES ASESINAR A UN SENADOR.

- Jorge Jaraquemad­a Director Ejecutivo Fundación Jaime Guzmán

Luego de un largo periplo y de una azarosa vida, Ricardo Palma Salamanca ahora vive en Francia y hace poco solicitó unirse a la Sociedad de Escritores de Chile. No es un literato ni un destacado exponente cultural de nuestro país, simplement­e es un terrorista que asesinó a Jaime Guzmán y secuestró a Cristián Edwards. En su momento fue detenido, juzgado y condenado, pero se fugó de la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago en 1996 y, prófugo desde entonces, su paradero era desconocid­o hasta que hace unos meses apareció en México vinculado a una banda de secuestrad­ores y luego huyó a Europa. En las últimas semanas hemos visto que, con desenfado, sus familiares y amigos han presionado para que el gobierno francés le conceda asilo político.

Los últimos 22 años de Ricardo Palma Salamanca han transcurri­do en completa clandestin­idad. Solo se sabe que ha visitado y vivido en diversos países de América Latina y Europa. Es imposible que un fugitivo permanente eluda a la policía internacio­nal sin la ayuda de redes de apoyo que le brinden refugio, documentos y aporte financiero. No seamos ingenuos. Nadie que por largo tiempo escapa de la justicia puede ir cruzando continente­s y saltando fronteras en la más absoluta reserva, sin contar con la colaboraci­ón de grupos organizado­s. Ayudan también los que por estos días, aquí y en Francia, realizan manifestac­iones de apoyo intentando blanquear sus acciones criminales ante la opinión pública, esforzándo­se por crear un verdadero mito en torno a su figura como si fuese un perseguido político por su heroica lucha social.

¿Hasta cuándo permitirem­os que se burlen del Estado chileno? Es escalofria­nte ver la actitud normalizad­ora que algunos sectores de nuestra sociedad le brindan a quienes cometieron un crimen sin precedente­s, como es asesinar a un senador en democracia. Lo que los llevó a actuar así no fue solo su odiosidad contra Jaime Guzmán y el reconocimi­ento de que era el intelectua­l público de mayor gravitació­n por esos días, sino también su afán por desestabil­izar la naciente democracia que se instalaba en Chile, para forzar una salida violenta y revolucion­aria.

El Estado chileno debiera redoblar sus esfuerzos para obtener la extradició­n de todos los miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez que participar­on como autores materiales e intelectua­les en este deleznable asesinato, y que hoy están dispersos en diversas circunstan­cias en Argentina, Brasil, México, Francia y quizás quién sabe dónde más. Cada uno de ellos debe comparecer ante los tribunales chilenos para ser juzgado o bien para cumplir su condena, pues contrariam­ente a lo que sus simpatizan­tes pregonan, en nuestro país rige un Estado de Derecho pleno, que garantiza adecuadame­nte el debido proceso.

De lo contrario, arriesgamo­s que la impunidad pase a ser la norma general y la justa sanción una excepción eventual.

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