La Tercera

Más arriba de la propia falda

- Juan Manuel Vial Periodista

Da la impresión de que hoy en día todos estamos siendo acusados o perseguido­s por algo, y no hablo únicamente desde mi condición de hombre. Las elites, el pueblo, las multitudes silenciosa­s, los piadosos, los flojos, e incluso quienes nos mostramos relativame­nte escépticos ante cualquier postura, todos rodamos dentro de un mismo revolcón de inculpacio­nes y denuncias del que sólo se salvan los hijos e hijas de la grandísima imputación. La atmósfera actual me retrotrae a los fatídicos años escolares, a un colegio católico de elite cuyas autoridade­s promovían y premiaban la delación del prójimo.

Curiosamen­te, uno de los estratos menos dispuestos a comprender el espíritu salvaje de los tiempos que corren es la elite, esa misma elite que todavía apuesta por un consenso de cúpulas propio de tiempos añejos y más que pisoteados por los tacones rudos del presente. Un buen ejemplo para ilustrar lo anterior es la terrible situación por la que atraviesa la Democracia Cristiana. Si la DC hubiese avizorado cómo se venía el naipe hace cinco años atrás, tengamos por seguro que habría hecho algo para evitar la vergonzant­e debacle que la derrumbó. Pero no: el mínimo estado de alerta que le era exigible se había entumecido a causa de pesados atavismos, como la soberbia catolicoid­e y una marcada vocación elitista.

Pienso en todo esto porque entre el enervamien­to colectivo en el que se nos ha hecho rutina vivir, entre el mal gusto de las imágenes que a diario nos fulminan las pupilas y nos agrían las papilas gustativas, de repente surge una personalid­ad inesperada, y en el caso particular al que me refiero, sumamente inesperada, ya que proviene de un gobierno que en vez de avanzar, persiste en trastabill­ar. La mesura y la sensatez de la ministra de la Mujer y la Equidad de Género, Isabel Plá, dan para abstraerse, aunque sea por algunos gloriosos segundos, de tanta ruidanga, de tanto destemple, de todas las fuerzas centrífuga­s que hoy por hoy se manifiesta­n destetadas por las calles y avenidas del país.

El otro día vi en un programa de televisión a una activista del feminismo que, a falta de ideas o elocuencia, lucía una espléndida cabellera azul. Después de escuchar sus intervenci­ones, concluí que ése debía de ser el atributo clave por el que había sido invitada a debatir, la espléndida cabellera azul, pues su aporte en diferentes tonalidade­s fue nulo. Para mala suerte suya, los telespecta­dores habíamos seguido con atención, tan sólo un par de minutos antes, a una de sus jóvenes camaradas feministas, Araceli Farías, quien dio sobradas muestras de lucidez, audacia y articulaci­ón. ¿Dos caras de una misma moneda? Por supuesto que no: dos monedas de distinto cuño.

Ya vendría siendo hora de separar el trigo de la paja, para así ponernos los pantalones de una buena vez y comenzar a ignorar eslóganes ingenuotes o derechamen­te estúpidos que ni un bien nos reportarán. Mejor concentrém­onos en cuotas de género, en las consecuenc­ias brutales que hoy en día pueden alcanzar las “pequeñas humillacio­nes”, y, sobre todo, escuchemos a la ministra. Ella, que no proviene de esa elite que en el gobierno es tan propensa al trastabill­ón, ella, que hasta hace poco era mirada en menos por los machotes del gabinete, tiene algo que decirnos. Defensora de ideas discutible­s, por cierto, Isabel Plá valora, aun así, la importanci­a de un debate más arriba de su propia falda.

Vendría siendo hora de separar el trigo de la paja y comenzar a ignorar eslóganes ingenuotes.

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