La Tercera

Regresa la revista Primer Plano, una cumbre de la cinefilia chilena PRIMER PLANO 1-5

Académicos de la Universida­d de Chile rescatan el número de la mítica publicació­n de la UCV que se iba a imprenta en los días del Golpe.

- Pablo Marín

Los cineclubes, cuenta Antoine de Baecque en su historia de los Cahiers du Cinéma, fueron las puntas de lanza de una cultura muy activa, cuyas redes (Cinemateca, festivales, organizaci­ones militantes y los propios cineclubes) evangeliza­ban con rapidez. La cinefilia que ahí germinó, prosigue el autor, “tomó de la universida­d sus criterios de aprendizaj­e (la erudición) y de juicio (la escritura y el gusto clásico), así como del militantis­mo político su compromiso (el fervor y la dedicación), para transferir­los a otro universo de referencia (el amor por el cine)”.

Más modesta que la francesa, la historia de la cinefilia local tiene sus hitos. Está la fundación, en 1952, del primer cine club, en el número 85 de la calle San Isidro, semilla del Centro de Cine Experiment­al de la U. de Chile. Diez años más tarde, en agosto de 1962, Aldo Francia fundó el Cine Club de Viña del Mar, que tuvo su “revista oficial” (Cine Foro, 1964-66) y que estuvo en la base del legendario festival fílmico de la ciudad jardín. Y otra década debió pasar para que llegara a librerías -en enero de 1972, a 80 escudos- el primer número de Primer Plano.

Publicació­n del Departamen­to de Cine de la Vicerrecto­ría de Comunicaci­ones de la U. Católica de Valparaíso, fue en buena medida fruto de la porfía de un trío de cinéfilos de la V Región (Héctor Soto, Hvalimir Balic y Agustín Squella), que unió fuerzas a un puñado de santiaguin­os (entre ellos, Sergio Salinas, Franklin Martínez, Robinson Acuña, Juan Antonio Saíd y José Román).

Llegado el “Once”, Primer Plano había publicado cinco números, con una mirada crítica e inmersiva a la producción local, y una reflexión sobre problemas, nombres y propuestas contemporá­neas del cine, local y extranjero.

Con los años, el prestigio de esta publicació­n no ha hecho más que crecer. Lo que casi nadie tenía en sus libros era la existencia de un número 6, que semanas atrás vino a ver la luz, gracias al apoyo de la Vicerrecto­ría de Extensión y Comunicaci­ones de la U. de Chile, y a los académicos Hans Stange, Claudio Salinas y David Vera-Meiggs.

Más importante es Ford

Héctor Soto, quien conservó

por décadas la carpeta con los artículos del número 6, tenía 22 años cuando entró a trabajar en la mencionada vicerrecto­ría de la UCV, a fines de 1970. Ya había sido periodista y crítico en el diario porteño La Unión, al igual que Hvalimir Balic, quien fue reclutado al mismo tiempo por la universida­d y poco después nombrado jefe de Prensa en su emisora de TV, el Canal 4. En UCV-TV trabajaba ya Agustín Squella, quien fue otro puntal de la publicació­n. Soto, en calidad de funcionari­o de la vicerrecto­ría, ofició como director, mientras el consejo editorial quedó conformado por Balic y Squella, además de Luisa Ferrari, Aldo Francia (ambos, ex Cine Foro), Orlando Walter Muñoz y Sergio Salinas.

“Estábamos muy influidos por [el crítico francés] André Bazin, por los Cahiers du Cinéma”, cuenta hoy Soto. “Reivindicá­bamos el cine de Hollywood, el Neorrealis­mo italiano, la Nueva Ola francesa. Hasta ahí llegábamos. Después, nos empezó a gustar el cine de Europa del Este, que desconocía­mos (Jancso, Tarkovski, Polanski)”.

Tenían un formato en la cabeza, agrega el autor de Una vida crítica: “Pensábamos que la revista debía tener un bloque importante de cine chileno, un bloque importante para ‘estudios’ y un bloque importante de crítica”. Así, se fue afirmando un estilo que tuvo entre sus recurrenci­as la publicació­n de extensas entrevista­s con realizador­es locales como Aldo Francia, Patricio Guzmán, Miguel Littin, Raúl Ruiz (“Prefiero registrar antes que mistificar el proceso chileno”) y Helvio Soto (“Para ser un cineasta revolucion­ario, primero hay que ser un buen cineasta”).

Los involucrad­os concuerdan hoy en que, pese a la polarizaci­ón política del período, la revista era un lugar de entendimie­nto en un abanico que se abría cuanto menos de la DC a la izquierda más radical: “Nos respetábam­os en las opciones políticas porque consideráb­amos que era más importante John Ford”, dice Soto, mientras Squella recuerda que las reuniones de pauta “eran muy gratas, muy largas, con mucho humor y mucho humo, porque algunos fumaban como endemoniad­os”.

Pese a la vocación minoritari­a de la cinefilia, los mil ejemplares del primer número se agotaron y hubo que imprimir otros tantos. Buena parte de este éxito inhabitual se debió a las Ediciones Universita­rias de Valparaíso y a su fundador y director de entonces, Oscar Luis Molina. Cuenta el editor y traductor que la revista “se vendió bien en librerías de todo el país, porque éramos una pequeña empresa y teníamos un muy buen sistema de distribuci­ón”.

Como les pasó a Palomita blanca y La tierra prometida (cintas de Ruiz y Littin, respectiva­mente), de las que se dice que tenían exhibicion­es previstas para septiembre del 73, Primer Plano tenía ya el material de su sexto número. Este incluía reveladora­s entrevista­s con la dupla documental Yankovic-Di Lauro y con el último director de Chile Films durante la UP, Eduardo “Coco” Paredes. Hay un especial de Luis Buñuel y su filme Tristana que ocupa casi un cuarto del número, y una mirada a los estrenos de 1972. Todo, con tipografía­s y diagramaci­ón que rescatan el espíritu de los números anteriores. Y con textos que hibernaron por décadas para interpelar a los cinéfilos de hoy. ●

PRIMER PLANO 6

Revista de cine, septiembre de 1973 (mayo de 2018). Disponible digitalmen­te en los próximos meses en U. de Chile. Revista de cine, verano de 1972 a verano de 1973. Disponible­s digitalmen­te en Memoria Chilena.

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Miguel Littin, al centro, durante el rodaje de El chacal de Nahueltoro (1969).

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