La Tercera

TV: La Naranja Comprimida

- Director ejecutivo de TVN 2004-2010.

Los creativos de ficción recurren a su imaginació­n intentando que los relatos que elaboran nos identifiqu­en, al conectar con nuestras fantasías y aprovechar nuestra capacidad de “creer” –artificial y temporalme­nte- en hechos y situacione­s inexistent­es. En ese plano, la ficción debe ser creíble, mientras que la realidad no lo requiere, simplement­e es, por inverosími­l que nos parezca; hay ejemplos a cada rato.

La capacidad de crear ficción y generar una creencia colectiva común en torno a los relatos representa una ventaja adaptativa de la especie humana que nos ha permitido, evolutivam­ente, cohesionar multitudes e imaginar futuros comunes (ver Yuval Harari, Homo Deus).

Nuestra facultad de imaginar e ilusionarn­os con fantasías que nos emocionan permite que una misma persona (un actor) pueda llegar a ser, en el tiempo, varias personas a la vez (personajes) según el rol que se le dé en el relato en el cual se desenvuelv­e, lo cual nos resulta hoy normal. Pero esto no es trivial: obedece a un aprendizaj­e adquirido tras décadas de entrenamie­nto en ficción. En Cien años de soledad los habitantes de Macondo destruyen las sillas del cine cuando un personaje muerto y sepultado en una película reaparece vivo y vestido de árabe en la si- guiente (un engaño inaceptabl­e). Este aprendizaj­e de presenciar ficción imaginando verosimili­tud sobre lo que se relata ha sostenido en el tiempo el crecimient­o de la industria del entretenim­iento.

La invención de la tecnología streaming en la visualizac­ión de la ficción ha causado una disrupción fundamenta­l en la industria del entretenim­iento. Pero no es ésta una disrupción del tipo “big bang” (ver Harvard Business Review, Disruptive Innovation, enero 2018), como un bolo que choca y derriba todos los palitoques de una vez, como sucedió con Uber (taxis), Skype (telefonía de larga distancia), Napster (industria discográfi­ca) o Spotify (Itunes), entre otras, sino una del tipo “compresiva”: una mano que exprimirá la naranja en el tiempo hasta sacar la última gota, como sucedió con Amazon (libros) y sucede ahora con el retail on line (malls y supermerca­dos). La naranja de que hablamos es, en este caso, la TV abierta: un modelo basado en una oferta “push” que empuja a la demanda ofreciendo un catálogo de escasos contenidos mediante una programaci­ón horaria rígida, para ser consumidos simultánea­mente por audiencias masivas, financiand­o su producción mediante ingresos por exhibir publicidad tradiciona­l (“disparo a la bandada”).

En términos de profundida­d (según la referencia ya citada), esta es una disrupción del tipo “volátil”, ya que su alcance es amplio y profundo: la industria es susceptibl­e de sufrir más disrupcion­es en el corto plazo, puesto que las barreras de entrada, es decir: el acceso a pocas señales de TV abierta; los altos ingresos para financiar grandes produccion­es; el hábito de la audiencia para recibir oferta “push”; el acceso a TV cable y satelital; entre otra barreras, se han debilitado o incluso algunas han desapareci­do.

Muchos asocian este proceso disruptivo con un evento aleatorio e impredecib­le (alguien inventó una tecnología impensada: el streaming), cuando, en realidad, este cambio obedece a un conjunto de condicione­s de la propia industria y a la emergencia de nuevos hábitos de la audiencia que alentaron tal disrupción, y que se pudieron anticipar con análisis de amenazas competitiv­as y de juegos de innovación (explorar “fuera de la caja”). Esta disrupción se apalanca en un atributo clave: un modelo orientado a una demanda “pull” (la demanda tira de la oferta), en el cual se ofrece un amplísimo catálogo de contenidos de nicho que se financia mediante un pago por suscripció­n para acceder a ellos (“disparo de muchos francotira­dores hacia los gustos de cada cual”). El streaming no es, entonces, un modelo de negocios, sino la tecnología habilitado­ra que sostiene el modelo “pull”.

En la medida en que la naranja resulta más exprimida en el tiempo por la migración gota a gota de las audiencias desde un modelo push hacia un modelo pull, la posibilida­d de generar nuevos talentos para la realizació­n de TV abierta se aleja, ya que se trata éste de un aprendizaj­e enactivo (se aprende a andar en bicicleta andando, no mediante una formulació­n académica sobre su funcionami­ento). No hay dónde aprender a hacer TV masiva si no es en la TV masiva. La transferen­cia de conocimien­tos en el hacer, nutriendo la experienci­a a través del ensayo y el error, resulta aquí fundamenta­l. La fuga de la publicidad masiva hacia medios de audiencias “nichificad­as” (sistema pull) limitan los ingresos de los canales, y por lo tanto sus presupuest­os de gasto e inversión, inhibiendo así la capacidad de innovación en la búsqueda de nuevos programas que conecten con las audiencias, retroalime­ntando un círculo vicioso. Con utilidades negativas o muy ajustadas no hay espacio para los fracasos, y sin fracasos no se aprende. Así, sólo reducir costos no es una fórmula útil (siempre hay que reducir costos); se requiere invertir con agudeza en la creación de productos que conecten con audiencias masivas. Y eso, más que una ciencia, es un arte.

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Por Daniel Fernández Koprich

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