Isaiah Berlin: pasión por las ideas y por la Rusia del siglo XIX
Tres libros recientemente traducidos del gran filósofo y teórico político británico ya circulan en nuestro país. Su influencia, a 21 años de su muerte, nunca para.
En 1971, cuando se le otorgó la Orden del Mérito británica, sir Isaiah Berlin se preguntaba: “¿Qué he hecho en mi vida? Un pequeño libro sobre Marx y un puñado de ensayos. Tremendamente sobrevalorado. ¡Cuánto durará!”.
No duró poco. Al morir, un cuarto de siglo después, Berlin era tanto o más apreciado (o sobrevalorado) que entonces. En la última parte de su vida las referencias a él estaban cargadas de superlativos. Aunque había quienes lo criticaban porque escribía poco y hablaba mucho, lo cierto es que la fragmentación de su trabajo había comenzado a centralizarse. Nunca realizó una obra de síntesis, pero ya se habían publicado varias colecciones de ensayos, reunidos por Henry Hardy, su editor y albacea literario.
Sin la labor de Hardy, la presencia de Berlin sería distinta. De la docena de volúfue editados por él, se traducen ahora Las ideas políticas en la era romántica (2006), El sentido de la realidad (1996) y la recopilación de textos breves, El poder de las ideas (2013).
En sus ensayos Berlin se detuvo particularmente en el liberalismo, la Ilustración, el pluralismo, el pensamiento ruso del siglo XIX, el nacionalismo, el sionismo y los orígenes y desarrollo del movimiento romántico.
Algunos de esos intereses respondían a su propia biografía. Judío por familia, ruso por nacimiento y británico por opción, Berlin fue un hombre de letras políglota que parecía haberlo leído todo y conocido a todo el mundo. Nacido en 1909, fue testigo de la Revolución rusa y su familia se trasladó a Inglaterra en 1921. Sería funcionario inglés, en labores entre diplomáticas y de inteligencia, en Washington y Moscú, alrededor de la Segunda Guerra Mundial. La universidad de Oxford el centro de su vida académica y personal hasta su muerte en 1997.
Además de las distinciones a las que ha quedado ligado su nombre, Berlin es conocido por defender un liberalismo que se basa en la pluralidad de los valores humanos, a veces incompatibles.
La crítica de Berlin a las variantes absolutas del racionalismo lo llevó a interesarse por el cuestionamiento romántico de la Ilustración. Las ideas políticas en la era romántica sería una obra “torso” (según Berlin): faltaban las extremidades que agregaría más tarde. Lo que señala allí se entronca con “La esencia del romanticismo europeo” (en El poder de las ideas), “La revolución romántica” (El sentido de la realidad); y con sus conferencias de Las raíces del romanticismo. Para él, el romanticismo fue “una crisis en la historia del pensamiento moderno”, una mutación mayor en la cultura, con valores como la sincerimenes dad o la autenticidad; al reforzar los rasgos particulares, ve una vinculación entre la afirmación propia y el surgimiento de los nacionalismos hasta los extremos más crueles del siglo XX. En “Kant como un origen desconocido del nacionalismo” (en El sentido de la realidad) intenta mostrar cómo una filosofía racional y cosmopolita tuvo influjo en movimientos nacionalistas.
Los asuntos abordados en El poder de las ideas y El sentido de la realidad son múltiples: la educación en general, un compendio de los filósofos ilustrados, temas judíos. Muchos escritos son de circunstancia, pero también hay otros en que se acerca a una concepción personal de la historia y del pensamiento como fuerza histórica. Se aproxima a figuras que admiraba, como el filósofo e historiador del siglo XVIII, Giambattista Vico, pero también intenta comprender y reconstruir las ideas de pensadores con los que no estaba de acuerdo: escribe sobre la filosofía de Marx y sobre el “padre del marxismo ruso”, Gueorgui Plejánov.
Una de sus obsesiones fue la Rusia del siglo XIX. En ensayos como “El compromiso artístico” (en El sentido de la realidad) o “La historia intelectual rusa” y “El papel de la intelligentsia” (en El poder de las ideas) aborda la enorme influencia de la cultura europea en la Rusia zarista. También hay ensayos dedicados a figuras individuales, como Visarión Belinski y Alexander Herzen, “un revolucionario sin fanatismo” que alertaba de los peligros de aceptar sacrificios reales por un futuro posible. La lección de Herzen fue central para Berlin al atacar la doctrina del sacrificio propio o de otros por una causa moral o política, por algún principio o abstracción como la nación, la igualdad, la humanidad, la democracia o el progreso.