La Tercera

ROTH, EL INCÓMODO

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SEÑOR DIRECTOR

Si hay algo de lo que supo escribir Philip Roth fue acerca del sexo. Basta leer

El profesor del deseo (1977) o El animal

moribundo (2001) para darse cuenta de que Roth manejaba con destreza todo la complejida­d de las relaciones sexuales. Pero como toda buena literatura, el sexo nunca trata sobre sexo, sino que oculta una problemáti­ca más profunda: en este caso, la fragilidad de la identidad y el cuerpo. Una fragilidad producto de la tragedia de la clase media, de las problemáti­cas que el ser humano común y corriente cruza día a día en la sociedad capitalist­a neoliberal, ilustrada en los más icónicos fanatismos políticos que uno puede encontrar en La conjura contra América (2004).

Roth escribió siempre desde el vientre de la bestia y construyó en base a un realismo crudo, una visión descarnada del fracaso del sueño americano. Fue uno de los grandes narradores del desencanta­miento de la generación posterior a las grandes inmigracio­nes. Porque Roth fue siempre un escritor judío norteameri­cano y, como tal, se atrevió a romper los códigos tradiciona­les con que este mundo se representa­ba en la literatura. Roth se autoexpuso constantem­ente, aprovechán­dose de la metaficció­n, para indagar en lo más profundo de su identidad, en busca de respuestas que nunca llegaron y que, al final, supusieron su derrota con la ficción y su abandono de las letras.

Philip Roth se llevó varios honores tanto nacionales como internacio­nales, aunque no ganó el Nobel. Quizás porque el mundo judío ya había recibido tal honor de la mano de I. Bashevis Singer o S. Below. Quizás porque su escritura nunca fue piadosa, deudora de virtudes o políticame­nte correcta. O porque fue un autor que construyó, valienteme­nte, su propia narrativa en un universo literario que siempre se tuvo que acomodar a él y no al revés.

Marcelo E. González Zúñiga

Doctor en Literatura, Facultad de Letras Pontificia Universida­d Católica de Chile

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