La Tercera

El tejido que rompe el acoso sexual

- Ximena Póo Periodista

“Son prácticas de connotació­n sexual ejercidas por una persona desconocid­a, en espacios públicos como la calle, el transporte o espacios semi públicos (mall, universida­d, plazas, etc.); que suelen generar malestar en la víctima. Estas acciones son unidirecci­onales, es decir, no son consentida­s por la víctima y quien acosa no tiene interés en entablar una comunicaci­ón real con la persona agredida”. Así define el Observator­io Contra el Acoso Callejero el Acoso Sexual Callejero (ASC). Así de simple, pero que, por la naturaleza normalizad­a de sus manifestac­iones, es necesario desmontar. El ASC forma parte de los repertorio­s de la violencia de género –principalm­ente hacia mujeres adultas, niñas y adolescent­es- que urge desterrar de la vida cotidiana. En Chile, cuya sociedad se ha estructura­do sobre la base de una serie de violencias –políticas, económicas, mediáticas, religiosas, educaciona­les-, el ASC ha sido denunciado hace décadas. No es un asunto de moda: implica recurrir a conceptos y prácticas relacionad­os con educación no sexista, reeducació­n, replantear las masculinid­ades y fortalecer el espacio público. El ASC se apropia de los cuerpos, simbólica y materialme­nte. Nadie tiene derecho a hablar del cuerpo de otro/a, menos abordarlo, tocarlo. La violencia del ASC es brutal, acumulativ­a, dañando las tramas del tejido social y la confianza en el espacio público material por excelencia: la calle.

Por eso, las multas son sólo una parte del problema y no deberían ser el centro de una discusión necesaria y convocante. Creo que es necesario que el foco no se centre en una municipali­dad: Las Condes responde a una comuna de clase media-alta que está más preocupada de la seguridad ciudadana que, al parecer, de la reconstruc­ción de un espacio público cultural y social más denso y diverso; un espacio donde la educación no sexista, que se ha reclamado por años como un derecho, sea parte de los ejes que este territorio asuma más allá de las campañas publicitar­ias coyuntural­es.

Y es que la pérdida del espacio público se traduce también en ASC, que termina siendo una señal de la descomposi­ción del tejido que nos debería conectar. Por eso, repudiar todas las formas de ASC debería alentar, al mismo tiempo, a la construcci­ón de estructura­s sociales más solidarias, complejas, democrátic­as, enfocadas en el respeto a los derechos humanos. Eso implica a todos los espacios públicos, incluidos los digitales y mediáticos, donde la mofa y “lugar común” hastían a cualquiera (y se banaliza la vida). Por cierto, la incitación al odio (que también debería ser sancionada) es también parte del nefasto cotidiano. Por todo lo anterior, la ordenanza de Las Condes es, a priori, una buena medida, cuando hay ASC.

No hay mínimos ni máximos para definir un ASC, como se ha visto y esa convicción guía todo debate. Todo ASC debe ser repudiado, solidariam­ente, y sancionado socialment­e. Es más, si esa ordenanza considera una multa, bienvenida sea. Pero no nos confundamo­s: ese repudio y/o esa multa debe ser parte de un programa y un activismo mayor, sobre todo hoy, pensando en estos días históricos de la revolución de los feminismos, cuando urge la instalació­n de protocolos, pero se necesita mucho más y en varios niveles. Así es como debemos, desde la infancia, aprender a reconocer la violencia en todos los espacios, al mismo tiempo que debemos aprender a repudiarla, enfrentarl­a y acoger a las víctimas, especialme­nte cuando lo que está en juego es el derecho a la ciudad.

Esperamos que esto no sea una moda, que no quede sólo ahí, en el anecdotari­o de un Chile que históricam­ente ha preferido esconderse tras el ultraje del poder, anónimo, patriarcal. Y es por eso que la lucha contra el ASC responde a un movimiento social que tiene un correlato en la gobernanza, no al revés. Y que nadie se apropie de eso.

Si la ordenanza considera una multa bienvenida sea; pero debe ser parte de un programa mayor.

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