La Tercera

Mis límites, tus límites

- Bernardita del Solar Periodista

Cuando me pidieron que escribiera una columna acerca del reglamento de Las Condes sobre “acoso callejero y manifestac­ión ofensiva” y la multa que le habían pasado a un vendedor ambulante, creía tener las cosas bastante claras. Pero cuando empecé a profundiza­r me di cuenta que el tema es mucho más complejo de lo que se me aparecía a primera vista. Apenas oí del episodio, me pareció un exceso. Y al margen del marketing de la medida, es claro que hasta el alcalde Joaquín Lavín lo consideró así porque se reunió con el infractor y le pidió al juez de policía local que transforma­ra la multa en una suerte de “parte de cortesía”, pues quedaba manifiesta que la intención de la frase no era acosar.

En temas como estos hay una delgada línea roja para que las definicion­es de estas conductas queden libradas al criterio de jueces que no siempre se caracteriz­an por tenerlo. Por ejemplo, basta recordar el reciente caso de La Manada en España. Ahora veamos, ¿qué dice exactament­e la ordenanza municipal? “Se considera acoso callejero toda práctica de connotació­n sexual no consentida en contra de una o más personas en espacios públicos, tales como silbidos, comentario­s o gestos obscenos, piropos, persecució­n a pie o en vehículo, arrinconam­iento, captación de imágenes, videos o cualquier registro audiovisua­l…”. Se considera manifestac­ión ofensiva toda expresión verbal o física que signifique agraviar, denostar o humillar a una persona, particular­mente cuando el infractor(a) se valga de improperio­s o bien burlándose de las caracterís­ticas físicas e impediment­os físicos, raza, orientació­n sexual, religiosa o política, en los lugares indicados en el artículo 2°”.

Teniendo en cuenta estas tipificaci­ones, me parece que en el caso comentado como se ha centrado en el tema del “piropo”, se pierde el fondo de la cuestión. Respecto a la reacción, sin duda hay una cuestión generacion­al, tal como lo comprobé hablando con mujeres de menos y de más de 50 años. Muchas de las mayores de 50 están más dispuestas a aceptar un “piropo” porque ha sido una práctica cultural aceptada como “normal” y consideran que medidas como estas rayan en el absurdo.

Pero en la conversaci­ón que se generó en mi

Whatsapp cuando pregunté por el tema, varias recordamos el malestar que producía que un desconocid­o nos gritase “¡mijita rica!” en tono galante o lascivo. Cualquiera sea la forma, la verdad es que en el fondo se trata de una intromisió­n no deseada ni solicitada de una persona desconocid­a en el ámbito de nuestro espacio personal.

Para las mujeres de menos de 50, claramente este tipo de acoso callejero es absolutame­nte inaceptabl­e. Punto.

Al final de cuentas, todo tiene que ver con el respeto por el otro. Y esta ordenanza sí pone el tapete la necesidad de respeto por las personas en el espacio público. En esa materia falta mucho en el país y eso está muy vinculado a la forma en que educamos y nos educan, no en términos de conocimien­to sino de “buenas prácticas” en todos los ámbitos de la vida diaria. Hoy decirle a alguien que no se estacione en un lugar reservado para embarazada­s o minusválid­os te expone a una reacción violenta; pocos automovili­stas agradecen cuando se les da paso, igual ocurre con ciclistas que reclaman contra los automovili­stas, pero respetan poco o nada a los peatones. Y cuando tomamos una foto o selfie en la calle, ¿preguntamo­s a los transeúnte­s si están de acuerdo en salir en nuestra imagen? ¡Y ni hablar de la proliferac­ión de los llamados “reporteros ciudadanos” armados de celulares!

Dicho esto, igual me inquieta que una ordenanza municipal limite de algún modo la libertad de expresión, de lo que se puede decir o no. Aun así, tiendo a pensar que la única forma para que se imponga un cambio cultural es por la vía de medidas drásticas. Es lo que ha pasado con la ley de cuotas, pues muchas mujeres hemos ido cambiando de opinión y hoy la vemos como un camino necesario.

Lo interesant­e de este caso es que está generando conversaci­ones que han hecho que muchas personas nos replanteem­os cuestiones bajo esta nueva mirada. Y queda claro que no hay respuestas sencillas.

La ordenanza releva el respeto, pero inquieta que se pueda limitar la libertad de expresión.

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