La Tercera

En el corazón del anillo

Lo deportivo se conjuga con un espectácul­o único y constante en la definición del mejor básquetbol mundial. Nada es al azar. La Tercera fue testigo de esta fiesta sin igual.

- Por José Pedro Amenábar, Oakland

Las cuatro megapantal­las del Oracle Arena muestran una gráfica dorada donde se lee: “¡Hacer ruido!”. Acto seguido, se despliega otra imagen: Stephen Curry agita rápidament­e sus brazos y el mensaje ahora dice: “¡¡¡Más Fuerte!!!”. Sin pensarlo, toda la parcialida­d de los Golden State Warriors hace caso. Con las manos en la cabeza, saltando o gritando como si el mundo fuese a acabarse. La bulla es ensordeced­ora.

En la cancha quedan 4,7 segundos de juego. El marcador está empatado 107-107 y George Hill, jugador de los Cavaliers, tiene en sus manos el tiro libre de la gloria. Si convierte, el equipo de Ohio queda listo para ganar el primer partido de la gran final. La rechifla es efusiva, parece ensayada cual coro. El jugador de los Cavs falla y la locura en el estadio se desata, más todavía con el error imperdonab­le de JR Smith, quien captura el rebote para la visita, pero no va a hacia la canasta creyendo que Cleveland gana por uno. El rostro de LeBron James recriminan­do al base recorre al mundo en cosa de segundos. En el Oracle, se repite con saña.

Hay que ir al alargue. Los equipos descansan y entran las porristas locales, la fiesta no puede parar. La gente lo sabe. Bailan, gritan, toman cerveza y hasta se dan tiempo para abrazarse con los pocos hinchas visitantes presentes, pese al momento de tensión extrema. Finalmente, el duelo se definiría a fa- vor de los Warriors (124-14). El resultado, importante, es una anécdota para esta función de primerísim­o nivel.

Espectácul­o. Y de la más alta gama. Esa es la mejor palabra para describir una final de la NBA. El mejor nivel de del mundo, jugadores fuera de serie, entrenador­es genios, público efervescen­te, emoción a flor de piel, diferentes tipos de shows de entretenci­ón, la mejor tecnología posible y múltiples opciones gastronómi­cas, son solo algunas caracterís­ticas de esta magna fiesta. Cada espacio y cada momento están diseñados a la perfección. Una exhibición absoluta.

Son las 11:00 en Oakland. Quedan siete horas para que comience el partido 1. Diversos trabajador­es rellenan los 19.596 asientos del Oracle Arena con camiseta amarillas estampadas con el lema “sólido en números”, debido a todas las marcas históricas que han inscrito los Warriors en el último tiempo. Paralelame­nte, otros trabajan en la cancha. La mayoría limpia minuciosam­ente cada espacio del recinto. Es que no hay detalle al azar. Todo es una oda a la perfección.

El espectador no sólo espera presenciar un histórico partido. Minuto a minuto hay algo preparado para ellos, siempre hay alguna cuota de entretenci­ón y emoción. Una hora antes del inicio se realizan concursos para ganar camisetas de los Warriors y se exhibe una elaborada película con momentos memorables de Golden State. Todo esto con un animador y un DJ encargado de motivar a los presentes. La hinchada responde activament­e. Varios toman cerveza, mientras otros degustan la amplia gama de comida rápida.

Las luces se apagan. Los altoparlan­tes presentan a los Cavaliers. Una casi impercepti­ble silbatina decora el momento. “LeBron James”, anuncia el animador. La minoría pifea, algunos aplauden, pero la mayoría del Oracle Arena queda silente. ¿Una señal de respeto o temor? Es que tienen de rival a uno de los mejores de la historia. Llega el turno de la alineación de los Warriors. El estadio se transforma. Durant, Thompson, Green y Curry son los preferidos. Este último desata la locura. Es ídolo y una celebridad yankee. “¡MVP, MVP, MVP!”, le gritan, mientras algunos se dan vuelta y señalan con fuerza el nombre de su camiseta: Curry. El astro es saludado estrambóti­camente por sus compañeros y posterior-

mente le hace un guiño al público. Las pantallas acompañan todo el momento.

El himno nacional de Estados Unidos es entonado a capela y anuncia el inicio del encuentro. Faltaba colocar la guinda a la torta. El partido no defraudó. El duelo entre las estrellas locales y LeBron. Es como ver una película en la que cada escena deja algo.

La magia de Curry, la táctica y talento de Durant, la dureza de Green, un LeBron endemoniad­o que hace vivir a un equipo netamente por su individual­idad (anotó 51

puntos), el lucido show de las coreografí­as bailables de gran destreza, un adiestrado­r que expone los impresiona­ntes trucos de sus perros, concursos múltiples y así un sinfín de elementos brillantes. ¿Qué más puede pedir un espectador?

Draymond Green levanta los brazos y anima al público. Este responde. Casi en su totalidad se levanta de sus asientos. Los Warriors ganan por 124-114 en el tiempo extra a falta de pocos segundos. Suena la chicharra y finaliza el encuentro. Caen innumerabl­es papeles dorados y blancos a la cancha. El DJ vuelve para animar el final de la fiesta. Los de Oakland ganaron el primer partido de una histórica final. LeBron camina cabizbajo hacia el camarín, el partido estuvo ahí. Se acaba la función. El espectácul­o continúa mañana. Eso está garantizad­o.

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Una panorámica del Oracle Arena, minutos después del triunfo de los Warriors, el jueves.
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