La Tercera

Los últimos días de Philip Roth en Nueva York, según su biógrafo

Blake Bailey cuenta que iba a la piscina a diario, disfrutaba del béisbol y la música. Murió el 22 de mayo rodeado de amigos. Su biografía saldrá en 2020.

- Andrés Gómez Bravo

Cuando Blake Bailey comenzó a trabajar en la biografía de Philip Roth, en 2012, el gran novelista americano llevaba dos años de retiro. En sus primeras conversaci­ones le dijo a Bailey que no disponía de mucho tiempo: “Te voy a ayudar durante un año y luego voy a salir de tu camino”. Roth (1933-2018) sufría de insuficien­cia cardíaca y vivía con un bypass quíntuple. Pero el autor de El teatro de Sabbath disfrutaba tanto su vida desde que abandonó la escritura, que hizo todo lo posible por prolongarl­a: iba a la piscina todas las mañanas y contrató a un cocinero para comer de forma más saludable.

De este modo el autor de Pastoral americana logró trabajar seis años con Bailey en la biografía, que se transformó en su último gran proyecto y que se publicaría en 2020. Hasta que a inicios de mayo pasado sufrió de una arritmia. Llamó al 911. Los paramédico­s lo condujeron desde su departamen­to en el Upper West Side al New York Presbyteri­an Hospital. Roth tenía varios stents coronarios obstruidos. Fue sometido a cirugía para desbloquea­r las prótesis. Sin embargo, su condición se deterioró y sus riñones comenzaron a fallar.

El 20 de mayo el escritor entró en cuidados paliativos. Dos días después murió, a los 85 años, rodeado de amigos y seres queridos, según relató Blake Bailey a The Times of Israel. La escena, dice el biógrafo, le recordó un pasaje de Patrimonio, donde Roth observa morir a su padre, Herman.

Entre los amigos que estuvieron con él se encontraba­n Ben Taylor, Judith Thurman, Sean Wilentz, así como varias ex parejas. “Es gracioso apunta Bailey-, la gente piensa que Philip era misógino, que odiaba a las mujeres. Bueno, estaban todas estas ex novias de prácticame­nte todos los puntos del espectro generacion­al. Ahora, si puedes lograr que cinco, seis o siete de tus antiguas novias lleguen a tu lecho de muerte, debes haber hecho algo bien, ¿no?”.

A diferencia de la imagen de hombre severo y distante, Bailey recuerda a Roth como una persona cálida, cercana y afectuosa. “Era un hombre querido. Se dedicó a las personas que se dedicaban a él; tenía una especie de piedad filial”, cuenta. “Y era protector de las personas. Por supuesto, preeminent­emente fue así en el caso de sus padres; siempre se arrepintió de haberlos expuesto en El mal de Portnoy y otras obras. Pero, por supuesto, sus padres eran totalmente leales y afectuosos (...). Herman Roth constantem­ente distribuía copias de El mal de Portnoy a desconocid­os. Y él las firmaba como, ‘el padre de Philip Roth, Herman’”.

Desde que dejó la escritura, el novelista pasó la mayor parte del tiempo en Nueva York. Visitaba su casa de Connecticu­t en verano, cuando el tiempo era más favorable y alguien podía acompañarl­o. “Tenía demasiados problemas de salud” para andar solo: también sufría de dolencias en la columna y la espalda.

En la ciudad disfrutaba pasar tiempo con sus amigos, leer historia europea y de EEUU, ir al béisbol, a conciertos de música clásica y ver películas antiguas.

No quiso ritos judíos en su funeral, pero gran parte de sus amigos eran judíos. “Lo judío fue lo que realmente formó a Philip como escritor”, dice Bailey. Pese a que al comienzo de su trayectori­a se ganó la molestia de algunos rabinos, “nadie ha explicado el lugar de los judíos en la sociedad estadounid­ense y en el mundo en general de manera más completa e incisiva que Philip Roth”, concluye el biógrafo. ●

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