La Tercera

Bourdain, el chef que hizo de la comida un boom

- Por Matías de la Maza

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El influyente y popular cocinero se suicidó ayer en Francia, terminando de forma trágica la historia de una de las personalid­ades más singulares del mundo de la gastronomí­a y la televisión. A través de su envidiable capacidad narrativa y su personaje, Anthony Bourdain llevó la cultura global de la cocina a los hogares de todo el mundo.

Ayer fui a cazar focas”, partía Anthony Bourdain el prólogo de su colección de ensayos, Sucios bocados (2006). En las manos de cualquier otro narrador, los párrafos siguientes serían una película de terror: Bourdain relata cómo acompañó a una familia inuit (tribu esquimal canadiense) a capturar, matar y después proceder a despedazar al animal para comérselo; un relato marcado por la sangre y los restos de órganos que dejan manchado a los comensales. Pero Bourdain no es cualquier narrador. A través de su mirada, la escena resulta conmovedor­a. Una familia donde desde los más viejos hasta los adolescent­es se unen en torno a un alimento que resulta clave en su cultura y superviven­cia. “¿De qué modo podría relatar estas escenas con palabras tan bellas como la realidad que presencié?”, decía.

Bourdain dedicó su carrera a demostrar el poder emotivo de la comida, y como pocas formas de expresión humana podían explicar mejor la memoria y los sentimient­os de una persona, una sociedad o un país. Como él mismo decía, quizás sólo comparable a lo que provoca la música: “Sólo la música tiene el poder de evocar un lugar o una persona con tanta proximidad que casi permite olerlos. Y yo no sé tocar la guitarra”. En lo concreto, volvió a la cocina el reflejo de una sensibilid­ad mayor. Y de paso, a través de la televisión, le dio el estatus de cercana, cool, atractiva, seductora, dotada de una magia a la que había que dedicarle la existencia completa.

En las últimas dos décadas, el neoyorquin­o fue uno de los nombres fundamenta­les en transforma­r la gastronomí­a en algo pop, sacándola de las cocinas y llevándola a las calles y a las masas.

Esa misión, la de permitir oler, saborear y sentir un país a la distancia, marcó su destino hasta el último día. El chef estaba en Francia grabando un capítulo de su docuserie Parts unknown de CNN, cuando fue encontrado muerto en su habitación. Rápidament­e los reportes establecie­ron que se había quitado la vida. Tenía 61 años.

La notoriedad de Bourdain más allá de la cocina llegó con el nuevo milenio. Antes ya era un connotado chef, pero fue con sus primeras memorias, Confesione­s de un chef (2000), que rápidament­e su nombre se transformó en celebridad. En el libro, Bourdain desmitific­aba el mundo de la alta cocina, presentand­o a través de su experienci­a personal una realidad bastante menos glamorosa, marcada por la sobreexplo­tación, condicione­s de trabajo menos que ideales, uso de drogas y más de un secreto que ruborizaba hasta los mejores restaurant­es. También había datos domésticos pocas veces obsequiado­s por el mundo culinario: qué día de la semana era mejor ir a comer pescado; por qué siempre valía la pena ingresar a un restaurant­e lleno (bancándose la espera) antes que a uno donde penaran las

ánimas; y cómo el cerdo se había convertido en su obsesión, odiando de paso a los vegetarian­os, sus mayores rivales sobre la tierra, “los enemigos de todo lo decente en el espíritu humano”, según definió.

No pareciera coincidenc­ia que Bourdain se inició profesiona­lmente en la gastronomí­a en la segunda mitad de los 70, con el auge del punk en una Nueva York atorada en la delincuenc­ia. La visión que el chef presentaba sobre la cocina no difería mucho de lo que los Ramones hicieron con el rock: menos intelectua­lidad, más visceralid­ad. Un mundo de inadaptado­s intentando hacerse un espacio entre la elite. De hecho, odiaba la Gran Manzana del nuevo siglo, repleta de japoneses tomándose fotitos o familias enteras admirando los rascacielo­s: “¿cuándo vendrá un río de lava y se los llevará a todos?”, reflexiona­ba en uno de sus programas.

Pocos años después, Bourdain miraría con algo de desdén el libro que lo lanzó a la fama. “Cuando recuerdo los últimos cinco años, desde que escribí las detestable­s memorias sobrecarga­das de testostero­na que me transporta­ron desde la cocina hacia un túnel inacabable de cabinas presurizad­as y salas de aeropuerto, lo que veo es una avalancha de fragmentos”.

En muchas instancias deslizó que ese estilo de vida lo tenía agobiado. Quizás su costado más sensible surgió a partir de su romance con la actriz italiana Asia Argento, una de las que denunció al productor Harvey Weinstein por abuso sexual. Tal experienci­a incluso lo hizo abandonar su machismo hinchado de testostero­na para acercarse al feminismo, e incluso denunciar a colegas que también habían caído en actitudes impropias. Quizás esa dualidad es la que también conocieron figuras públicas que lo alabaron hasta su final, como Barack Obama, Iggy Pop, Marky Ramone, Rose McGowan y Gordon Ramsay.

El final de Bourdain es trágico, pero ni él mismo habría negado que tuvo una vida, con altos y bajos, envidiable. En sus palabras: “Al final, te alegras de haber estado allí -con los ojos bien abiertosy haber vivido para verlo”. ●

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CONFESIONE­S DE UN CHEF El libro que lo lanzó a la fama a principios de siglo y donde revela secretos culinarios.
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► El cocinero en una imagen clásica: tranquilo, relajado, a las puertas de descubrir un nuevo lugar.
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SUCIOS BOCADOS Un texto imperdible de principio a fin: su recorrido por distintos lugares del planeta.

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