La Tercera

Venezuela y Cuba

- ABIERTO Carlos Ominami Economista

No he sido nunca chavista. No conocí personalme­nte al coronel Hugo Chávez. Más aún me consta que nunca perdonó mi rechazo, durante los años 90 a que fuera invitado a unos encuentros de políticos e intelectua­les latinoamer­icanos que coordinába­mos con Jorge Castañeda. Eran reuniones importante­s. Participar­on en algunas de ellas Lula, Lagos, López Obrador, De la Rua... Mi razón fue muy simple: era un militar que se había involucrad­o en un intento de golpe de estado.

Tampoco fui antichavis­ta. Desde el primer momento entendí que el coronel no cayó del cielo. Fue la respuesta popular a un régimen político que sustentado en dos fuerzas históricas, Acción Democrátic­a (AD) y Partido Social Cristiano (COPEI) había caído en total descrédito por su corrupción e ineficienc­ia. Chávez llegó al poder ganando elecciones limpias y se mantuvo en él apoyado por una mayoría ciudadana refrendada con claridad varias veces en las urnas. Y es un hecho incontesta­ble que sus políticas sociales permitiero­n una importante redistribu­ción de la renta petrolera que hizo posible que grandes sectores salieran de la pobreza. Se podrá decir que era populista pero era la primera vez que los pobres participab­an de la distribuci­ón de la torta. Por esta razón considero que Chávez formó parte de los gobiernos progresist­as que conoció el continente durante la pasada década.

Con su apoyo en abril del 2002 al intento de derrocarlo apresándol­o en un recinto militar y disolviend­o la Asamblea Nacional, el Supremo Tribunal de Justicia, la oposición de la época puso en evidencia la naturaleza dictatoria­l de su proyecto. Se podían tener muchas críticas al gobierno de Chávez pero la oposición era simplement­e impresenta­ble. Ante la movilizaci­ón popular el golpismo se desplomó.

La muerte de Chávez precipitó la descomposi­ción de la revolución bolivarian­a. Se desató una corrupción masiva. La arbitrarie­dad se hizo general. Los militares se hicieron de una parte muy significat­iva del poder político y económico. Maduro no dispone del carisma ni de la capacidad política de Chávez. Venezuela, país con grandes recursos enfrenta no sólo una grave crisis política sino que también una dramática crisis humanitari­a. Es un país que perdió completame­nte el rumbo.

Sectores de la izquierda latinoamer­icana continúan defendiend­o al gobierno de Maduro. Hacen un enorme daño. Defienden lo indefendib­le: una dictadura corrupta. Esta actitud pesará muy fuertement­e en las luchas del futuro. La credibilid­ad democrátic­a de esas fuerzas estará severament­e cuestionad­a. Munición pesada para nuestros adversario­s.

El caso de Venezuela no es asimilable a otras experienci­as. Por de pronto a la de Cuba. El gran legado de la revolución cubana es la construcci­ón de una Nación allí donde los norteameri­canos y sus aliados internos querían hacer un Estado Libre Asociado productor de ron y prostituta­s. Con todos sus problemas Cuba es un país serio, que no es modelo de democracia pero ha logrado avances incuestion­ables en áreas decisivas como salud y educación. Cuba tiene una dignidad y un futuro. La revolución bolivarian­a ha llevado por el contrario a Venezuela a un callejón oscuro que parece no tener salida.

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