La Tercera

La oportunida­d en la trama SQM

- Por Gloria de la Fuente Directora ejecutiva de Chile 21

Más allá de la discusión que se ha generado esta semana a partir del caso SQM y las aristas que la reciente decisión de la empresa ha tenido en la arena pública -cuyos detalles seguirán ocupando segurament­e varias páginas de los diarios y minutos de televisión y radio- lo cierto es que también vale la pena preguntars­e que oportunida­des se abren en materia de política pública, de manera de buscar medidas que ayuden a mejorar la relación entre lo público y lo privado.

Chile ha generado una prolífica legislació­n en materia de transparen­cia y combate a la corrupción, haciéndose cargo de un tema cada vez más relevante en las democracia­s del mundo. En tal cuadro, en la última década se han generado normativas en materia de transparen­cia, acceso a la informació­n, regulación del lobby, financiami­ento de campañas, entre otras. Algunas obedecen, por cierto, a la reacción de los gobiernos en torno a escándalos de corrupción, como fue la legislació­n que emanó de la Comisión Engel, pero en otros casos, dicha normativa se ha generado a partir de la voluntad de los gobiernos de hacer frente a la amenaza de la corrupción. En esta línea fue también que en 2009 Chile promulgó la ley de responsabi­lidad penal de personas jurídicas (20.393), iniciativa parte de los compromiso­s de nuestro país para entrar a la OCDE, que lo que busca es establecer responsabi­lidad penal en personas jurídicas respecto a los delitos de lavado de activos, financiami­ento del terrorismo y/o cohecho y receptació­n.

El telón de fondo de todo aquello que ha estado en la discusión pública es cómo hacen los países y las sociedades para buscar mecanismos que las protejan de la corrupción y que rompan las asimetrías en el acceso al poder y las consecuenc­ias nefastas de su abuso. Se trata, ni más ni menos, que de generar un marco y certeza jurídica que establezca reglas del juego que sin duda impactan en la calidad de la democracia y sus institucio­nes. Es claro que en Chile hemos avanzado, pero aún permanecen muchos mantos de opacidad en la relación entre lo público y lo privado.

En la reciente cuenta pública el ejecutivo ha anunciado una serie de medidas en esta línea que buscan hacerse cargo de los aprendizaj­es en materia de transparen­cia, probidad y políticas anticorrup­ción. Los anuncios son muy positivos si se asume que esto es parte de una construcci­ón en la que varias administra­ciones pasadas han estado comprometi­das y, en consecuenc­ia, es preciso avanzar un peldaño más en lo que este país ha ido construyen­do en esta materia. Si la agenda es suficiente o no, es un debate que es pertinente hacer siempre y en función de los contextos que lo requieren. La discusión de esta semana, por ejemplo, nos plantea una buena oportunida­d para volver a mirar la suficienci­a de las normas que hemos aprobado en nuestro país y en eso, la experienci­a comparada es abundante en buenas prácticas.

En cualquier caso, lo que no hay que perder de vista es que un objetivo debe ser avanzar hacia una cultura de la transparen­cia que sea transversa­l, que castigue no sólo penal sino que socialment­e la traición a la fe pública. Esto, por cierto, no es sólo resorte del mundo público, sino que también de la empresa privada, de los actores de la sociedad civil y en general, de la sociedad en su conjunto, porque lo peor que le podría pasar a un país como el nuestro es empezar a perder la fe y finalmente terminar naturaliza­ndo cierta impunidad con las formas de proceder.

Con todo, se abre en Chile una oportunida­d. Más allá de la coyuntura y la trama planteada en los últimos días, es preciso que nuestro país se ponga a la altura de los debates, que los actores asuman sus responsabi­lidades y tomen los cursos de acción que correspond­en, y que la ciudadanía permanezca vigilante. Sólo así será posible recuperar la confianza perdida en muchas institucio­nes de nuestro país.

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