La Tercera

La historia de la mujer que fue testigo de 300 ejecucione­s en Texas

- Por Fernando Fuentes

Primero como reportera del diario The Huntsville Item y luego como portavoz del Departamen­to de Justicia Criminal de Texas, Michelle Lyons presenció cientos de ejecucione­s entre 1998 y 2012. Pese a admitir que “es difícil estar cerca de tanta tristeza y pérdida”, dijo a La Tercera que “la pena de muerte es un castigo apropiado para algunos delitos”.

Juan Edward Castillo, un reo que insistía en que no participó en un asesinato en San Antonio hace más de 14 años, fue ejecutado días atrás en la prisión de Huntsville, en Texas. Sus últimas palabras antes de recibir la inyección letal de pentobarbi­tal fueron para agradecer “a todos”. “Ustedes saben quiénes son. Los quiero. Es todo”, dijo. Castillo, de 37 años, se convirtió así en el sexto preso al que se le aplica la pena capital en lo que va del año en este estado norteameri­cano. El Departamen­to de Justicia Criminal de Texas prevé ejecutar durante 2018 a al menos otras seis de las más de 100 personas que permanecen en el corredor de la muerte.

Michelle Lyons conoce de cerca ese mundo. Ella vive en Huntsville, una pequeña ciudad de Texas conocida como “el centro mundial de la pena capital”. Desde 1924, cada ejecución en el estado se lleva a cabo en una de las siete cárceles de la ciudad. Primero como periodista de un diario de Huntsville y luego como portavoz del Departamen­to de Justicia Criminal de Texas, Lyons vio morir a cerca de 300 criminales condenados a la pena capital.

“En 1998, comencé a trabajar como reportera para The Huntsville Item, que es el diario de Hunts- ville. Debido a que todas las ejecucione­s (del estado) se llevan a cabo en Huntsville, el periódico local tiene un lugar para presenciar cada ejecución”, relató a La Tercera Lyons, quien en mayo lanzó el libro Death Row: The Final Minutes, donde cuenta detalles de su vida como testigo de ejecucione­s en la que considera la prisión “más infame” de Estados Unidos.

Su primera ejecución la vio cuando tenía 22 años. “Cuando me uní al equipo de The Huntsville Item por primera vez, cubría el gobierno de la ciudad y las asignacion­es generales. Un día, la colega que se encargaba del sector de prisiones no pudo asistir a una ejecución y entonces me pidieron que fuera. Así, fui testigo de la ejecución de Javier Cruz, el 1 de octubre de 1998”, recuerda. Después de ver morir a Cruz, escribió en su diario: “Me sentí completame­nte bien con ello. ¿Se supone que debería sentirme mal?”.

Lyons dice que no fue testigo de otra ejecución hasta enero de 2000, cuando asumió la cobertu- ra de los temas de prisión en su periódico. “Cuando comencé a cubrir el Departamen­to de Justicia Criminal de Texas, no tenía manera de saber que en 2000 el estado quebraría todos los récords al llevar a cabo 40 ejecucione­s ese año. Y yo fui testigo de 38 de ellas”, rememora.

Fue precisamen­te en 2000 cuando fue testigo de la ejecución que más la marcó: la de Ricky McGinn, el 27 de septiembre de ese año. McGinn era un violador serial y había sido condenado a muerte por el abuso y asesinato de su hijastra de 12 años. Ahora, casi 18 años después, Lyons todavía recuerda a la madre de McGinn, vestida como para ir a misa, apoyar sus manos contra el vidrio para despedirse de su hijo. Cada vez que la recuerda se larga a llorar.

Pese a la traumática experienci­a, la reportera siguió cubriendo las ejecucione­s para The Huntsville Item hasta noviembre de 2001, año en que dejó el perió- dico. Pero continuó ligada al tema, ya que se unió al Departamen­to de Justicia Criminal de Texas como su portavoz. “Yo era su vocera más joven y la única mujer en tener ese rol”, afirma.

“Permanecí en mi rol como portavoz del sistema penitencia­rio hasta 2012. Continué porque era mi trabajo. Honestamen­te, trataba de no pensar demasiado en los hechos en sí porque descubrí que cuando lo hacía, se volvía demasiado difícil”, recuerda. Según explicó a La Tercera, “era difícil ver todas las emociones en esas salas de testigos, las familias y el dolor que estaban sintiendo. Era tan difícil ver a las víctimas y su dolor, y la pena que sentían las familias de los reclusos. Hice mi mejor esfuerzo para permanecer insensible a ello, pero con cada año que pasaba, se hacía más difícil”.

Para Lyons la situación se hizo especialme­nte difícil a partir de 2004, año en que quedó embarazada. “Me empecé a preocupar de que mi bebé pudiera escuchar las últimas palabras de los presos, sus lamentable­s disculpas, sus desesperad­os reclamos de inocencia”, explicó.

“Cuando tuve a mi hija, las ejecucione­s se convirtier­on en algo que me daba pavor”, agregó. Sobre todo la afectaba la reacción de los familiares de los condenados. “Yo tenía un bebé en mi casa por el que estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario y estas mujeres estaban viendo a sus bebés morir. Escuchaba a las madres llorar, gritar, golpear el vidrio, patear la pared...”.

Después de casi 11 años como portavoz de la prisión, Lyons dejó el sistema penitencia­rio en mayo de 2012. Ello, luego que le ganara una batalla legal al Departamen­to de Justicia Criminal de Texas en un juicio por discrimina­ción de género. “Era hora de hacer otra cosa”, comentó.

Tras años de ser testigo de ejecucione­s en Texas, Lyons dice no creer que haya sufrido “ningún efecto físico, pero estoy segura de que sí tuvo un costo psicológic­o, ¿cómo no?”.

“Es difícil estar cerca de tanta tristeza y pérdida. Las víctimas están sufriendo. Las familias de los reclusos están sufriendo. Los internos tienen sus propias emociones, y tú eres el testigo de todo eso, así que deja una marca duradera”.

Con todo, Lyons justifica hoy el uso de la pena capital en determinad­os casos. “Creo que la pena de muerte es un castigo apropiado para algunos delitos. Pienso especialme­nte como madre, imaginando que alguien le quita la vida a tu hijo de una manera horrible y violenta, como les ha sucedido a las víctimas de estos crímenes, es difícil no apoyarlo”, señaló. “Hubo algunas ejecucione­s que presencié donde no sabría si le hubiera dado la pena de muerte de haber sido miembro del jurado... pero me sentí culpable por sentirme así, porque no era yo quien había experiment­ado una pérdida”, concluyó.b

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► Periodista­s fotografía­n una sala de ejecucione­s en la prisión estatal de San Quentin, California, en 2010.

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