El Cristo del Elqui dio de qué hablar
Muchas interrogantes rodearon a El Cristo del Elqui. Pero, finalmente, las incógnitas fueron develadas el fin de semana en un estreno con aciertos, aunque no exento de polémica. Porque, si algo quedó claro, fue que la obra puede sacar ronchas. Y lo más probable es que hiera susceptibilidades. Pues, más allá de su partitura moderna, su temática y su propuesta escénica, rayana en la irreverencia, violenta a algunos e incluso logra que una parte del público se retire de la sala, como ocurrió en su debut en el Teatro Municipal de Santiago.
Tomando como bases al propio Domingo Zárate Vega -a quien durante los años 30 y 40 se le conoció como “El Cristo del Elqui” y a dos novelas de Hernán Rivera Letelier, la pieza del compositor Miguel Farías, con libreto de Alberto Mayol, hace un desolador recorrido por la etapa mística de este supuesto profeta, antes de ser internado en un manicomio, y de los seres que lo rodearon: trabajadores, prostitutas y representantes eclesiásticos. Teniendo la declamación un amplio espacio dentro de la obra –incluso con una breve intervención del actor Francisco Melo-, el texto en general es simple pero con momentos muy cáusticos, con un sentido sociopolítico abiertamente declarado y con una mirada crítica a la Iglesia Católica.
Farías construyó sugestivas páginas musicales en las que conviven códigos contemporáneos, donde hay reminiscencias de Stravinsky y Prokofiev, con el uso de disonancias, seguidilla de clímax y en la que intervienen ritmos populares (jazzísticos, de ranchera o de cumbia, por ejemplo). Estos últimos otorgan un aire más melodioso y de alivio a la pesadez narrativa, a la vez que provocan sensaciones desérticas certeras. Una partitura que encontró avenencia en la batuta de Pedro-Pablo Prudencio, que mantuvo una constante tensión orquestal, describió personajes y situaciones, y llevó con intensidad a la Filarmónica por las texturas de la pampa nortina, del caliche, del viento recóndito y de la desazón humana.
En lo vocal, Farías tiende a una escritura de gran belleza para los momentos corales, pero es más ingrato con las voces solistas, exigiéndoles no siempre lo más adecuado para cada registro. Pese a ello, desde su protagonista, Patricio Sabaté, hasta Evelyn Ramírez, Yaritza Véliz, Paola Rodríguez, Gonzalo Araya, Sergio Gallardo y Javier Weibel, entre otros, hicieron frente a los complejos requerimientos con sólido profesionalismo y otorgaron sentidas actuaciones, ya sea de pesar o de bufonada.
Pero El Cristo de Elqui no puede prescindir de lo visual. Y si el texto fue controvertido, la puesta en escena de Jorge Lavelli no lo fue menos. Lo del artista argentino no es el historicismo ni la realidad tal como es, sino que importan las metáforas, los signos y símbolos. Sus métodos ya fueron palpables en Jenufa (2017) y ahora volvió a dejar de lado el naturalismo para acudir a lo lúgubre del negro -teñido por un vestuario de colores cobrizos o llamativos para las prostitutas, así como a una iluminación punzante-, lo que recalcó el agobio que cruza la obra y que, en efecto, traspasó al espectador. Con los personajes, todos de caras pintadas de blanco, dio a entender el embuste; al Cristo del Elqui lo despojó de la larga barba y el porte pío que tenía el verdadero, y le dio aires de farsa, con contracciones que recordaron a los mimos. A los representante eclesiásticos, en tanto, los caricaturizó, y es que es en las referencias cristianas donde puso el dedo en la llaga, llegando a impactar con una felación y una crucifixión en un burdel.
Lo que no se puede olvidar, mientras en otros países se exige hacerlo cada año, es que, tras más de cuatro décadas, una ópera chilena volvió a formar parte de la Temporada Lírica, y que fue interpretada íntegramente por cantantes nacionales. A eso se suma que hubo tantas expectativas, que en su estreno tuvo a connotadas figuras de nuestra sociedad, como el expresidente Ricardo Lagos y la actual ministro de Cultura Alejandra Pérez, por nombrar algunas. Haya o no gustado, o levantado suspicacias, El Cristo el Elqui es una pieza meritoria. Y, lo mejor, da de qué hablar.