¿Tiempos mejores?
En política, “tiempos mejores” es de esas consignas que en una campaña puede funcionar bien, pero que una vez que se ha logrado conquistar el gobierno se puede volver en tu contra. Ello, porque contiene en su enunciado una promesa que abre altas expectativas: no se trata de mejorar unas cuantas políticas públicas, sino de cambiar una percepción global de la realidad, generar otro estado de ánimo, dar paso a otro momento del país.
Transcurridos poco más de cien días comienza legítimamente a aflorar en la opinión pública la pregunta acerca de si los tiempos están cambiando y si lo están haciendo para mejor. Lo que señalan las mediciones serias -no las que se publican cada lunes, por cierto- es que comienza a producirse una desafección ciudadana con el gobierno. La razón principal: la reactivación económica no solo no ha llegado a nivel macro, ni ha cambiado la vida cotidiana del ciudadano de a pie, sino que se abre una coyuntura económica llena de riesgos, debido a la guerra comercial declarada por Estados Unidos a China.
La vida cotidiana de los chilenos transcurre de manera precaria. Entre esas noticias importantes que no generaron mayor debate –imposible competir con la corbata del profesor Bassa o con el bingo del Ministro- estuvo el informe del INE, que señaló que la mitad de los asalariados en Chile ganan menos de 380 mil pesos. No es pobreza, pero se parece harto. A esto podríamos sumar el dato de que el promedio de jubilación en Chile está por debajo del salario mínimo. En el plano del empleo no se observa crecimiento con la llegada del nuevo gobierno sino más bien precarización (Estatuto Laboral para Jóvenes) y el cierre de empresas.
La variable crítica en el triunfo de Piñera fue la percepción en la opinión pública de que un gobierno de derecha dinamizaría la economía y el empleo. Se podían poner en riesgo otras cosas, pero en eso no fallaría. No es claro que ello vaya a suceder en el corto plazo, y el panorama internacional ensombrece las expectativas. El gran test para el gobierno es la economía y allí la aguja no se ha movido. Le queda un consuelo: esa desafección no ha implicado, por ahora, un crecimiento en el apoyo a la oposición. El páramo opositor -su desarticulación programática y de alianzas- no da para ser percibido como alternativa.
El escenario político comienza a configurarse con un gobierno a la baja, inesperadamente débil en el manejo económico y luchando con las altas expectativas que sembró. El punto no es solo crecer un poco más como se prevé sino tener la capacidad y la voluntad de traspasarlo a mejores salarios, pensiones y empleos de calidad. La condescendencia de los ciudadanos con todo nuevo gobierno empieza a desvanecerse y la duda metódica sobre si son o no mejores estos tiempos ha comenzado a instalarse.