La Tercera

No en mi barrio

- Raphael Bergoeing Universida­d Diego Portales y Centro de Estudios Públicos

Los vecinos en el sector de la rotonda Atenas, en la comuna de Las Condes, manifestar­on, con rostro descubiert­o y sin eufemismos, su escozor por el anuncio del alcalde Lavín de impulsar en su barrio la construcci­ón de un edificio con viviendas subsidiada­s. Pero las manifestac­iones contra políticas que pretenden reducir la segregació­n social en nuestra capital no son nuevas. Durante 2003, otros vecinos, esta vez en la bucólica comunidad ecológica de Peñalolén, ocuparon el municipio como señal de rechazo a un proyecto similar.

La segregació­n urbana no solo está mal, también nos hace mal. Porque las ciudades fragmentad­as son menos productiva­s. Los tiempos de traslado aumentan, las alternativ­as laborales se reducen, la interacció­n virtuosa entre empresas y proveedore­s se limita. Además, se inhibe la innovación, que nace de la diversidad. Por último, desde el frío presupuest­o, cuando ofrecemos mejores oportunida­des a los más pobres, la sociedad libera recursos que hoy debemos destinar a la pobreza y sus consecuenc­ias.

Este caso ilustra un problema habitual de las políticas urbanas: la tensión entre costos locales y beneficios globales. Los alcaldes, naturalmen­te, responden a los vecinos, no a la ciudad. Someten a votación local proyectos necesarios como un todo, garantizan­do su rechazo. Y en nuestras ciudades, fragmentad­as territoria­l e institucio­nalmente, el problema se exacerba.

La OCDE reporta en su estudio del 2014, “Qué hace a las ciudades más productiva­s”, que un área con el doble de municipali­dades está asociada con un 6% de menor productivi­dad. En la Región Metropolit­ana hay 52 comunas. Además, la inadecuada coordinaci­ón entre autoridade­s impide políticas con una mirada global. Por ejemplo, el impacto urbano del Metro se potencia si se complement­a con estacionam­ientos adecuados, incentivan­do traslados en auto más cortos al combinar modos de transporte. Pero la definición sobre esta materia es facultad municipal, que usualmente acaba imponiendo proyectos propios incoherent­es con la expansión del tren subterráne­o.

Hoy el gobierno es incapaz de asumir adecuadame­nte los desafíos para la comunidad que acompañan al desarrollo económico. Una autoridad urbana de mayor escala, que coordine a las distintas institucio­nes en todos sus niveles, facilitarí­a que la ciudad sea un espacio igualador de oportunida­des y promovería políticas que enfrenten, entre otros, los retos crecientes de congestión y densidad. Ello permitiría reducir nuestras brechas sociales, promoviend­o una ciudad más justa, y de paso más productiva.

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