La Tercera

Presidenci­alismo en forma

- Filósofo y analista político Por Max Colodro

En lo inmediato, la jugada de Sebastián Piñera parece acertada: refuerza su liderazgo presidenci­al.

Sin preámbulo y por sorpresa, Sebastián Piñera decidió salir a enfrentar el difícil momento que atraviesa su gobierno; una circunstan­cia marcada por cuatro semanas de caída en las encuestas y por un visible deterioro en la confianza respecto de la marcha de la economía. El Mandatario optó, entonces, por no especular ni dilatar la situación y recurrió al más obvio expediente de un régimen presidenci­al: dar un golpe de timón, cambiar los ‘fusibles’ que no lograron acoplarse a su diseño técnico y político, buscando, de paso, retomar el control de una agenda relativame­nte extraviada.

En sus palabras posteriore­s al juramento de los nuevos secretario­s de Estado, los énfasis se concentrar­on en las expectativ­as económicas, lo que, sin duda, contrastó con su decisión de no hacer modificaci­ones en el equipo a cargo de esa área. Segurament­e porque lo que se buscó al final fue reafirmar una línea de conducción y de trabajo conectada de manera estrecha con las prioridade­s del propio Mandatario, y cuyos resultados simplement­e no pueden ser visibles en el corto plazo. Así, es probable que el imperativo de entregar una clara señal de respaldo a la actual política económica haya terminado por salvar esta vez al ministro Valente, cuyo nombre estuvo entre los trascendid­os para abandonar el gobierno hasta último minuto.

¿Qué gatilló ayer la decisión de concretar este cambio de gabinete? Difícil saberlo a ciencia cierta, pero es probable que la reiteració­n del ahora exministro Varela respecto a que ‘el país necesita más Estado y más bingos’ terminara por colmar la paciencia del Presidente de la República. Y, de paso, la ocasión fue también propicia para restar visibilida­d al nombramien­to de la expresiden­ta Bachelet en un alto cargo de la ONU. De este modo, La Moneda logró ayer desprender­se del ministro que más ruido comunicaci­onal generó en estos primeros cinco meses de mandato, reinstalan­do al gobierno como prioridad noticiosa en un momento en el que la atención se concentrab­a en la proyección internacio­nal de la exmandatar­ia.

En lo inmediato, la jugada de Sebastián Piñera parece acertada: refuerza su liderazgo presidenci­al, muestra una rápida capacidad de reacción ante las dificultad­es, permite resolver problemas comunicaci­onales y políticos que estaban generando costos importante­s. Pero el acierto inmediato no asegura que los factores que explican la pérdida de aprobación y las incertidum­bres asociadas a los problemas de empleo y remuneraci­ones, puedan ser efectivame­nte desactivad­os. Si este movimiento de piezas no va acompañado de una mayor sintonía fina en materia de conducción política, es probable que sus esperados efectos terminen al final por diluirse en un par de semanas.

En síntesis, el gobierno decidió responder con prontitud a un trance complejo. Pero la resolución de sus causas requería de un análisis sereno y profundo. El tiempo dirá si ello también fue parte de esta puesta en escena.

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