La huida hacia adelante de Daniel Ortega
Está dentro de la lógica de las cosas que la dictadura de Daniel Ortega haya expulsado a los representantes de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Era lo menos que podía hacer, embarcado, como está, en la carrera hacia el abismo, después de su informe acerca de la sistemática violación de los derechos humanos por parte del régimen de Nicaragua, que motivó la reunión del Consejo de Seguridad esta semana.
Nadie mata a 300 personas, hiere a 2 mil y encarcela, exilia u obliga a esconderse a miles más sin haber decidido afrontar las consecuencias desde la brutalidad. El aislamiento, las condenas internacionales y la mala imagen estaban en los cálculos de Ortega cuando, a partir de las protestas iniciadas en abril, decidió venezolanizar (o cubanizar) la respuesta gubernamental. Su cálculo fue correcto: las protestas han amainado gracias al terror y a la dispersión de unos miembros de la resistencia democrática que ahora tratan de sobrevivir.
El informe de la ONU tendría que ser leído por toda la izquier-
Bachelet es la nueva Alta Comisionada de la ONU para los DD.HH. y creo que se trata de una buena oportunidad.
da latinoamericana, igual que los informes sobre las violaciones de los derechos humanos de las dictaduras militares de los años 70 deberían haber sido revisados por la derecha. Leyendo las proezas homicidas y persecutorias de Ortega uno confirma por qué las dictaduras no deben ser juzgadas a partir de su relato ideológico, de su mitificación retórica.
Lo primero que llama la atención es que un régimen socialista y progresista haya desatado la violencia contra nicaragüenses inermes que formaban parte de grupos que esa estirpe ideológica debería tener en especial consideración: campesinos y estudiantes. Las primeras protestas fueron de los campesinos por la mala respuesta oficial a los incendios forestales en la Reserva Biológica Indio Maíz; las posteriores fueron de los estudiantes indignados por los recortes previsionales. Dos grupos que protestaban por causas teóricamente caras al progresismo fueron reprimidos (convertidos en “un blanco especial”) como si se tratara de la rancia oligarquía del “ancien régime”. Lo segundo que llama la atención es el uso de “fuerzas de choque” y “turbas” progubernamentales coordinadas con la Policía Nacional, instrumentos clásicos del fascismo, esa extrema derecha cuya condena ha sido parte sustancial de la retórica sandinista durante este régimen y el anterior de Ortega, en los años 80.
Un tercer elemento que salta a la vista es que el régimen sandinista cuya Vicepresidenta, Rosario Murillo, la mujer de Ortega, califica de feminista ha practicado la violación y el abuso sexual en los centros de detención. No sólo las mujeres han sido víctimas de ultrajes de esta índole, pero es muy decidor acerca de la farsa ideológica, del embuste retórico, sobre el cual se asienta la dictadura de Ortega que la represión haya incurrido en la violación y el abuso sexual contra mujeres. Murillo ya había exculpado a su marido de las violaciones que, según el testimonio de Zoilamérica Narváez, había practicado en su día contra su propia hijastra; ahora, avala estos vejámenes y nos permite entender mejor por qué la retórica ideológica no debe ser nunca considerada un atenuante de ninguna dictadura.
Michelle Bachelet es la nueva Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. A diferencia de quienes piensan que es perjudicial que, siendo una mujer de izquierda, ella deba ocuparse de casos como la dictadura nica, creo que se trata de una buena oportunidad. Urge en la izquierda latinoamericana, de la que Bachelet es emblema, un “shock” de conciencia sobre la verdadera naturaleza de estas dictaduras, en el fondo no muy distintas de las otras. Esas otra que la izquierda repudia con entusiasmo.