La Tercera

No tropezar con la misma piedra

- Daniel Rodríguez Director ejecutivo Acción Educar

Desde la publicació­n de los primeros lineamient­os sobre gratuidad en la educación superior –nada menos que en el programa del segundo gobierno de la Presidenta Bachelet– diversos expertos, centros de estudios e institucio­nes identifica­ron el problema central de esta política: la diferencia entre el monto que entregaría el Estado y el costo real de financiar proyectos educativos implicaría menos recursos para el sistema, una caída en la calidad y un estancamie­nto generaliza­do. La Moneda y luego el Congreso hicieron caso omiso de esto.

Dos años después se pronunció una voz que no puede ser ignorada con la misma facilidad. La Contralorí­a decidió incluir en su informe de financiami­ento fiscal a la educación superior una estimación de la diferencia entre los aranceles reales y los pagados por el Estado por concepto de gratuidad. El déficit del sistema, según dicha entidad, totaliza algo más de $ 17.000 millones al año, en línea con lo que distintos organismos de la sociedad civil habíamos adelantado años atrás.

¿Por qué ocurre esto? Para que haya gratuidad se requiere cubrir la totalidad del arancel. Como no existen, ni existirán, los recursos públicos necesarios para pagar el valor real, el gobierno anterior tomó dos determinac­iones para hacer efectiva la gratuidad: fijó un precio único promedio y prohibió todo tipo de cobro para los estudiante­s más vulnerable­s matriculad­os en las institucio­nes adscritas. ¿Quién paga la diferencia? En un primer momento, las institucio­nes de educación superior. Al mediano plazo, la calidad del sistema en su conjunto.

Pero esto solo muestra parte del problema. Los datos publicados correspond­en a la glosa presupuest­aria, no a la aplicación de la Ley de Educación Superior. Según la nueva normativa, no solo se fijan los precios para los estudiante­s más vulnerable­s, sino para casi la totalidad de ellos. Esto implica que los menores ingresos para las institucio­nes se incrementa­rán aún más. En la práctica, el Comité Técnico encargado de fijar los nuevos aranceles, igualmente limitado por la caja fiscal, no llegará a resultados demasiado diferentes a los actuales.

Hasta el momento, el actual Ministerio de Educación ha sido un promotor de la gratuidad, renunciand­o a modificar un diseño deficitari­o que afectará la calidad y el desarrollo del sistema. Pero no está obligado a expandir la lógica del desfinanci­amiento y la fijación de precios al Sistema de Financiami­ento Solidario, el proyecto de nuevo crédito estudianti­l. Sorprenden­temente, éste propone fijar indirectam­ente los precios para los estudiante­s vulnerable­s, generando mermas de ingresos similares o mayores a las informadas por la Contralorí­a para la gratuidad. En esto urge enmendar el rumbo, pues ahora no se le puede echar la culpa a los “profetas del caos”, ni al pasado ni al “legado”.

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