La Tercera

Compromiso país

- Por Sylvia Eyzaguirre

Si Chile quiere llegar al desarrollo, su primera tarea, o al menos una de las fundamenta­les, es erradicar la pobreza. La última encuesta Casen reveló que en el país cerca de 3,5 millones de personas viven bajo el nivel de la pobreza medida de forma multidimen­sional. Este nuevo concepto de pobreza es mucho más rico y nos muestra que ella no se reduce únicamente a un asunto de ingresos, sino también de acceso a bienes, servicios y oportunida­des. Esta comprensió­n más compleja nos permite diseñar estrategia­s más efectivas y políticas públicas más focalizada­s.

Recienteme­nte, el Ministerio de Desarrollo Social elaboró un Mapa de la Vulnerabil­idad, que permitió identifica­r y priorizar a 16 grupos vulnerable­s, entre ellos: personas en situación de calle, niños en residencia­s del Sename, personas con consumo problemáti­co de alcohol y drogas, niños y jóvenes menores de 18 años que no asisten a la escuela, personas que viven en campamento­s, presos sin acceso a programas de rehabilita­ción, personas pertenecie­ntes a los pueblos indígenas y dentro del 40% más vulnerable, etc. Los problemas complejos requieren soluciones complejas. De ahí que el gobierno haya hecho un llamado a la academia, la sociedad civil y el sector privado para trabajar juntos de forma coordinada entregando soluciones colaborati­vas.

Pero esta iniciativa llamada Compromiso País no es solo una estrategia diferente para encarar la pobreza, sino una forma de construir sociedad que supone una comprensió­n distinta del rol del Estado y de la sociedad civil. La erradicaci­ón de la pobreza, el machismo y la violencia no se logra desde la burocracia estatal a través de leyes o incentivos, pues exige una transforma­ción cultural. Sin duda, el Estado tiene una posición privilegia­da para incentivar dichos cambios, pero su materializ­ación depende en gran medida de la respuesta de la sociedad civil. De ahí el virtuosism­o de esta alianza público-privada para lograr los cambios culturales necesarios que sobrepasan los esfuerzos que pueda realizar el Estado en el corto plazo. Pero el cambio cultural más importante que busca impulsar el gobierno no tiene relación con la pobreza, sino con la forma en que comprendem­os nuestra relación con el país. El gobierno busca inculcar una ética de la responsabi­lidad, donde los problemas del país o de ciertos grupos de personas, como la violencia, el sexismo, la pobreza, etc., no son responsabi­lidad exclusiva del Estado, sino de todos nosotros. Asumir esa responsabi­lidad lleva a cambiar la forma en que entendemos nuestra relación con los otros y el Estado. Ello debiera repercutir en los trabajos de los académicos, en las políticas de las empresas y en el trato entre nosotros.

Creer que el Estado desatiende sus obligacion­es al buscar la cooperació­n de los distintos actores de la sociedad, como lo hicieron ver algunos políticos de izquierda, revela una mirada reduccioni­sta de los problemas sociales, pero, por sobre todo, una ética individual­ista, donde el dilema ético ante los problemas de los “otros” desaparece­ría al quedar la responsabi­lidad radicada en el Estado. Criticar esta iniciativa por las supuestas motivacion­es frívolas de algunos empresario­s, que estarían más preocupado­s de su vanidad que de ayudar, como lo expresó Benito Baranda, refleja la superiorid­ad moral de algunos, que no es otra cosa que vanidad y arrogancia basadas en prejuicios. Juzgar las intencione­s de las personas es, por muy buenas razones, pega de Dios. Nosotros mejor dediquémon­os a evaluar los hechos y sus resultados.

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