El hartazgo y la ira vencen en Brasil
Al triunfar en 2002, Luiz Inácio Lula da Silva lanzó una frase que sería después repetida por innumerables candidatos victoriosos en otros países: “La esperanza venció al miedo”. Es una cruel ironía que, 16 años después, se pueda decir que el miedo, la ira u otros sentimientos negativos hayan prevalecido sobre cualquier motivación positiva que la gente pudiera tener.
La elección de Jair Bolsonaro, capitán de Ejército, de ultraderecha, inyectó el miedo en la piel de la significativa porción del electorado que no lo votó. Miedo compartido por los medios liberales de Estados Unidos y Europa, como lo comprueba la tapa de la revista The Economist de hace un mes, que veía a Bolsonaro como “la más reciente amenaza en América Latina”.
Incontables analistas, en Brasil, en Europa o en Estados Unidos, están agregando el Brasil de Bolsonaro al creciente rol de países gobernados por líderes llamados iliberales o populistas de derecha. Una relación que empieza con Donald Trump -con quien Bolsonaro es frecuentemente comparado- e incluye al filipino Rodrigo Duterte, el húngaro Viktor Orbán, el turco Recep Tayyp Erdogan, el italiano Matteo Salvini, entre otros.
En términos regionales, el triunfo de Bolsonaro cierra un ciclo en que el péndulo político se movió de la izquierda (la llamada “ola rosa” de principios del siglo) para la derecha, con la ascensión de Mauricio Macri, en Argentina; Sebastián Piñera, en Chile; Mario Abdo Benítez, en Paraguay.
A partir de 1 de enero se verá si el péndulo no fue demasiado para la derecha. Nadie clasifica a Piñera o a Macri como iliberales, pero la retórica del ahora Presidente electo de Brasil lo define como tal, en especial en temas de costumbres. Hay que ver si su acción en el gobierno será correspondiente a su retórica (él defiende la dictadura del período 1964-85 y la tortura, es racista y misógino) o si, al contrario, se verá obligado a la moderación.
Se verá también cómo van a convivir en el poder las dos almas que habitan el planeta Bolsonaro. Hay un ala liberal (en lo económico), comandada por el economista de Chicago Paulo Guedes, y hay un grupo de militares que tienen en su ADN las tendencias estatistas y nacionalistas de siempre.
Bolsonaro no venció ni por una ni por la otra alma de su planeta, sino por “el factor de convergencia de un sinnúmero de distintos puntos de insatisfacción con un sistema político que está roto”, como dijo, para el Financial Times, Daniel Aarão Reis, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Federal Fluminense.
Insatisfacción con la corrupción, con la crisis económica y con la criminalidad.
De alguna manera, el voto en Brasil fue la repetición del grito “que se vayan todos”, escuchado en la Argentina en 2001. Se fueron todos los líderes y partidos que gobernaron desde la vuelta de la democracia, en 1985. Quedó Bolsonaro, que, pese a que es diputado hace 27 años, logró presentarse como un “outsider”. Ahora, tendrá que demostrar que no violará las reglas del juego democrático y será capaz de corregir los factores que generaron el hartazgo con un sistema político roto.