La Tercera

Vivir peligrosam­ente

- Ernesto Águila Analista político

El triunfo de Bolsonaro no puede mirarse como una simple alternanci­a dentro del juego democrátic­o. Su discurso intolerant­e y legitimado­r de violacione­s a los derechos humanos traspasa los mínimos éticos de una sociedad pluralista. En este sentido, constituye una falta de visión política responsabi­lizar a la izquierda del triunfo de Bolsonaro y no verlo como una derrota del conjunto de las fuerzas democrátic­as. El centro y la derecha liberal debieran compartir con la izquierda una preocupaci­ón común.

Dicho lo anterior, correspond­e hacerse cargo del porqué una propuesta como la de Bolsonaro tiene éxito electoral en Brasil, así como la de Trump en Norteaméri­ca, la de Orban en Hungría o la de Salvini en Italia. La respuesta la entrega, en parte, Steve Bannon, uno de los ideólogos de este avance electoral de la extrema derecha en el mundo. Si pudiéramos sintetizar la tesis de Bannon se podría decir que la extrema derecha ha tenido la perspicaci­a y la audacia, sin abandonar la ortodoxia neoliberal, de asumir, al menos en el discurso, la representa­ción de los perdedores de la globalizac­ión neoliberal, y de las insegurida­des y precarieda­des que el mismo modelo ha generado.

Para esta ultraderec­ha, el adversario sería esa élite acomodada -de derecha e izquierda- que ha construido un “globalismo” sin límites, una zona confortabl­e para ella, pero que deja a la intemperie y en el abandono al “mundo del trabajo” (Trump). La nueva receta trae, así, una cuota de “capitalism­o nacionalis­ta” frente a una élite apátrida. El objetivo de debilitar el Estado sigue en el centro, pero desde un retorica más proteccion­ista. Por su parte, la precarieda­d de la vida que producen los bajos salarios o la inmigració­n no es tratada como un asunto de derechos sociales o desigualda­d, sino como un problema de seguridad pública. A su vez, se responde a la disolución de los lazos comunitari­os que ha traído la expansión del mercado invocando a Dios y la Biblia, y con una efectiva cooptación de la religiosid­ad popular por parte de grupos evangélico­s que, junto con aportar un sentido de comunidad perdido, promueven un fundamenta­lismo conservado­r en lo moral y una teología que reconcilia la fe con el consumo.

El modelo neoliberal globalizad­o construye sus perdedores, pero esos perdedores no son acogidos ni representa­dos por la izquierda, sino por una radicaliza­ción desde la derecha. El discurso de la ultraderec­ha resulta de una gran eficacia, porque se monta sobre las propias fallas y estropicio­s del neoliberal­ismo, lo que le permite hablar y conectar con “lo real”. La izquierda quiere hablar de las raíces de los problemas, pero la extrema derecha está hablando desde sus consecuenc­ias. En tiempos de ideas en pocos caracteres, el discurso de la izquierda resulta muy largo.

A “vivir peligrosam­ente” conminaba el Duce. No cabe duda, estamos entrando en tiempos peligrosos.

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