La Tercera

La educación interminab­le

- María de los Ángeles Fernández Cientista política

La resolución de las diferencia­s entre el gobierno y la oposición en torno al proyecto Aula Segura, vista como un triunfo, dado el acuerdo alcanzado, está lejos del tenor de los debates que, en torno a la educación, debieran estarse dando. Puesto que Chile está inmerso en las reformas estructura­les impulsadas por el gobierno anterior, es probable que el abordaje de asuntos como la violencia escolar generen la impresión de estar en la cresta de una ola. Sin embargo, para tomar perspectiv­a, basta leer a Anant Agarwal, máximo responsabl­e de Edx, la plataforma de cursos Mooc del MIT y Harvard, que afirma que, “en la enseñanza, no ha habido mejoras significat­ivas en varios siglos”.

No es algo exclusivo de Chile. Se percibe un desasosieg­o generaliza­do con la educación que se expresa, por ejemplo, en la presión sobre el currículum. Por las redes transitan las exigencias interminab­les que se le hacen a la escuela: educación sanitaria, empatía, nutrición, educación financiera, alfabetiza­ción digital, educación tributaria y reanimació­n cardiopulm­onar. En Chile, se plantea incluir los derechos humanos como asignatura y, en España, se busca darle mayor peso a la asignatura de Filosofía. Todo ello sin olvidar que el movimiento #Metoo ha reimpulsad­o la demanda por integrar el género como perspectiv­a.

Más que embutir a los niños, el asunto pasaría por alimentar disposicio­nes en un mundo donde se intuye como improbable la promesa de ascensor social de la educación, puesto que chocaría con el aumento de la desigualda­d y la incertidum­bre que genera que, en 2030, la mitad de los puestos de trabajo que hoy existen habrán desapareci­do. El Foro Económico Mundial (WEF) propone algunas habilidade­s cruciales: el amor por la lectura; la inclinació­n a diseñar el propio aprendizaj­e; la capacidad de pensar por uno mismo; la gestión de la atención y, por último, un escepticis­mo que se hace urgente frente a las fake news. Lo último cobraría más fuerza si se piensa que el ascenso creciente a la presidenci­a de líderes como Trump y Bolsonaro podría responder, según algunos, a fallas en los sistemas educativos.

No es aventurado pensar que las capacidade­s para cuestionar y disentir, mejor equipadas para lidiar con la complejida­d de democracia­s amenazadas, lleguen a revestir connotacio­nes patriótica­s. Pero hablamos de un bien todavía escaso. Lo corrobora la búsqueda declarada, y todavía difícil, que hacen los empleadore­s de personas capaces de puntos de vista alternativ­os. La situación cambiaría si los liderazgos optaran por algo todavía raro: incentivar la crítica argumentad­a, alejándose de esa tentación a escuchar lisonjas, por lo demás, muy humana.

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