Democracia y contraolas
El resultado de la elección presidencial de Brasil ha golpeado fuerte el debate político en Chile, no solo por la cercanía geográfica de ese país respecto al nuestro y la relevancia que el gigante del Cono Sur tiene sobre el resto de los países de la región, sino que también porque ha levantado un debate relevante sobre las causas de la derrota de un partido que fue tan importante antaño en la región como el PT. Lo anterior es parte de una creciente preocupación por los eventuales retrocesos democráticos que ese país pudiera experimentar, en el marco de la emergencia de una oleada mundial de discursos y alternativas de ultraderecha.
Por cierto, en el ámbito nacional este debate está también cruzado por una coincidencia, la reciente y estrepitosa derrota de la Nueva Mayoría en manos de la centroderecha que, por suerte para nuestro país, ha ido evolucionando políticamente hacia un referente donde la hegemonía conservadora ha cedido terreno, igual que la defensa al pinochetismo. En este cuadro, entender lo de Brasil y la derrota de una alternativa como la que en el pasado representó el PT, es también poner luz sobre un debate necesario sobre las causas de la derrota de la centro izquierda en Chile.
Lo primero que hay que señalar es que los resultados de las elecciones se explican, la mayor parte de las veces, por una multiplicidad de factores tanto estructurales como coyunturales. Evidentemente Brasil es un país se sufre una crisis política y social relevante hace ya un tiempo, producto de escándalos de corrupción que han afectado a todo el espectro político, pero también una situación de violencia que ha traído cifras récord en homicidios, asociados, en muchos casos, al narcotráfico. A ello se une sin duda una situación de pobreza que alcanza cifras sobre el 30% de la población.
Frente a esta realidad, la desesperanza aprendida de los ciudadanos se ha activado en favor de un cambio, aunque el riesgo sea enorme. Hay aquí una tremenda responsabilidad de la dirigencia política. Brasil es un país que tiene, además, un parlamento bastante más fragmentado que el nuestro, lo que anticipa un clima de polarización política que esperemos sea bien administrado, por el bien de esa nación. Ya hemos visto demasiadas veces esta realidad en la región y el resultado es siempre el mismo, un debilitamiento de las instituciones, retrocesos y amenaza a la democracia, con el consiguiente sufrimiento para miles de personas.
Lo de Brasil también golpeó fuerte en nuestro país, a propósito del efecto que causó la carta que una serie de actores políticos firmaron en favor de la participación de Lula en las pasadas elecciones presidenciales. Siendo una de las firmantes, al pasar los días he llegado a la conclusión que no fue una buena idea concurrir a la firma de dicha misiva, no tanto por la legítima y genuina preocupación por lo que ha ido pasando en ese país a propósito de la creciente crispación del sistema político, sino porque el efecto que se generó fue distinto al buscado. Un país como el nuestro que viene saliendo de escándalos de corrupción a propósito de la relación nefasta entre el dinero y la política tanto en sectores de derecha como de izquierda, no solo tiene que ser, sino que parecer y, en consecuencia, no darle tregua al oportunismo de algunos que ofician de francotiradores en el discurso público.
Con todo, es preciso estar atentos. Hemos aprendido en las distintas olas y contraolas de las democracias del mundo, que los costos de los retrocesos siempre los pagan personas inocentes. En nuestra región, la historia reciente nos ha enseñado que el debilitamiento de las instituciones democráticas ha sido contagioso y ha dejado huellas profundas en nuestras sociedades. En este cuadro, no hay que olvidar ese conocido adagio popular que señala que si Brasil estornuda, el resto de nuestros países se resfría.