La Tercera

La derrota

- Álvaro Matus Periodista

Es lamentable que una industria tan frágil como la del libro se encuentre tan desunida. Somos un país chico en población y aún más chico en lectores. Basta mencionar que la tirada editorial estándar ronda los mil ejemplares. Y bien, resulta que en Chile hay cuatro gremios que expresan al sector: la Cámara del Libro, la Cooperativ­a de Editores de la Furia, Editores de Chile y la Corporació­n del Libro y la Lectura. Tienen perfiles y propósitos diferentes, y se entiende que convoquen a distintos estamentos –como editor de Hueders también pertenezco a una de esas agrupacion­es–, pero cuesta aceptar que el diálogo se haya vuelto imposible. Si la unión hace la fuerza, la desunión hace la irrelevanc­ia.

El ejemplo más notorio es la Feria Internacio­nal del Libro de Santiago (Filsa), que se está desarrolla­ndo con una bajísima convocator­ia de público, con un programa cultural esmirriado y sin un norte claro.

Mucha responsabi­lidad le cabe a la propia organizado­ra, la Cámara, sobre todo en los dos últimos puntos. La caída de la asistencia era previsible desde que los mayores grupos editoriale­s (Corporació­n del Libro y la Lectura) desertaron del evento. Lo hicieron a través de una carta insólita, que invocaba su derecho a participar “en igualdad de condicione­s”, “sin limitacion­es de acceso” y “sin fines de lucro”. Es curioso. Se les olvidó que cuando ellos dirigieron este evento nunca bregaron por la entrada gratis, y que tanto la ubicación como las dimensione­s de los stands tampoco respondían a principios de igualdad. Por lo demás, ¿es verosímil una feria que no tenga entre sus objetivos ganar dinero? Lo peor, sin embargo, venía al final: “Continuare­mos trabajando en la idea de encontrar la unidad organizati­va para la gran feria de Chile”.

¿Qué hicieron por la unidad? Nada. Incluso organizaro­n un evento paralelo, remarcando que es gratis. Pero como el público convocado por su festival en el primer fin de semana no fue equiparabl­e al de Filsa, para nadie es un misterio que este año todos saldrán para atrás.

Aunque la discusión entre las distintas entidades ha estado revestida de argumentos culturales, a estas alturas me inclino a pensar que son puras peleas de poder y que la Filsa, al menos desde el punto de vista simbólico, es algo así como el premio mayor. Por el lado de Editores de Chile, por ejemplo, no son pocos los que ven a las transnacio­nales como adalides del mercado y responsabl­es de haberla convertido en un “mall”, con una “programaci­ón cultural tipo matinal de TV”, como dijo Paulo Slachevsky. Se trata de una caricatura injusta: si bien las grandes editoriale­s aportan mucho circo, también cuentan con autores serios como Gabriel Salazar o Nona Fernández.

De momento, la industria editorial no está abierta al debate. Tampoco a la tolerancia y diversidad, valores que son los que supuestame­nte debieran distinguir­la. Los libros son eso: diversidad e inclusión. Y como no hay diálogo, más temprano que tarde llegará la derrota.

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