Hedda Gabler entre lacrimógenas
Por la Alameda la ciudadanía protesta por la muerte de Camilo Catrillanca. Me tapo la nariz y los ojos para no sentir las lacrimógenas. Parafraseando Neva, de Guillermo Calderón, me pregunto: afuera hay una revolución y ¿voy a encerrarme a un teatro a ver una obra? La gente corre y se refugia en el GAM, donde el jueves pasado se estrenó Hedda Gabler, inagotable fuente de reflexión sobre los cambios y tensiones sociales de su época, sobre los derechos de las mujeres y su lucha por la igualdad. Aunque ya no existen las restricciones y convenciones del siglo XIX que sufre la protagonista, el mundo aun es dominado por hombres y persisten las injusticias, las brechas salariales de género, la penalización del aborto o el femicidio.
La reinvención de este clásico de Ibsen y la necesidad de nuevas interpretaciones que interpelen a las mujeres del 2018 justifican una apuesta arriesgada, como la encabezada por Amparo Noguera y Claudia Di Girolamo. La dupla actriz-directora acerca este texto de 1890 a la estética contemporánea y potencia el feminismo primigenio que subyace en el texto. A diferencia de la nostálgica versión de 2007 de Víctor Carrasco -donde todo ocurría tras un velo-, la escenografía traslada la historia a un living moderno.
La fascinante Hedda Gabler de Amparo Noguera resulta reconocible como una mujer de hoy, hastiada y frustrada por un matrimonio sin sentido con un aburrido profesor universitario (Francisco Ossa) al que llama por su apellido. Ella ve en un talentoso escritor (Néstor Cantillana) a otro hombre débil y atormentado a quien destruir. La performance de Noguera es sólida, visceral y con intensos momentos interpretativos. Nunca está quieta, se abre de piernas, se estremece, se mueve como una araña por una alfombra azul. Viste enagua y abrigo militar gris. También sabe disparar. El dramatismo, dosificado con el sarcasmo de un desenfrenado baile techno, domina la sombría catástrofe final, adelantada por las armas y flores trasladadas durante toda la obra por la empleada Berta (Josefina Velasco).
La vida matrimonial y el patriarcado son cárceles de las que Hedda no puede escapar y los hombres que la rodean no pierden oportunidad para explicitar su misoginia. El juez Brack (Rodolfo Pulgar) es un despreciable acosador.
Hedda rechaza el rol que la sociedad le otorga, decide ser más fuerte que sus homólogos mascu- linos, deprecia con ironía los sombreros anticuados de la tía de su marido (Gloria Münchmeyer) y sugiere una pulsión lésbica hacia Thea (la excepcional Marcela Salinas), mujer que establece una relación de igualdad con los hombres. Escrita 10 años después de Casa de muñecas, si Nora y Thea fueron capaces de dar un portazo, Hedda no ve otra solución que la muerte, su última y equivocada oportunidad de reencontrarse con la belleza. Pero ese no el final de la historia. Tras su acto desesperado, nace la mujer moderna que se tomará las calles por diferentes causas sociales y también los escenarios.