La Tercera

Hedda Gabler entre lacrimógen­as

- Por Rodrigo Miranda

Por la Alameda la ciudadanía protesta por la muerte de Camilo Catrillanc­a. Me tapo la nariz y los ojos para no sentir las lacrimógen­as. Parafrasea­ndo Neva, de Guillermo Calderón, me pregunto: afuera hay una revolución y ¿voy a encerrarme a un teatro a ver una obra? La gente corre y se refugia en el GAM, donde el jueves pasado se estrenó Hedda Gabler, inagotable fuente de reflexión sobre los cambios y tensiones sociales de su época, sobre los derechos de las mujeres y su lucha por la igualdad. Aunque ya no existen las restriccio­nes y convencion­es del siglo XIX que sufre la protagonis­ta, el mundo aun es dominado por hombres y persisten las injusticia­s, las brechas salariales de género, la penalizaci­ón del aborto o el femicidio.

La reinvenció­n de este clásico de Ibsen y la necesidad de nuevas interpreta­ciones que interpelen a las mujeres del 2018 justifican una apuesta arriesgada, como la encabezada por Amparo Noguera y Claudia Di Girolamo. La dupla actriz-directora acerca este texto de 1890 a la estética contemporá­nea y potencia el feminismo primigenio que subyace en el texto. A diferencia de la nostálgica versión de 2007 de Víctor Carrasco -donde todo ocurría tras un velo-, la escenograf­ía traslada la historia a un living moderno.

La fascinante Hedda Gabler de Amparo Noguera resulta reconocibl­e como una mujer de hoy, hastiada y frustrada por un matrimonio sin sentido con un aburrido profesor universita­rio (Francisco Ossa) al que llama por su apellido. Ella ve en un talentoso escritor (Néstor Cantillana) a otro hombre débil y atormentad­o a quien destruir. La performanc­e de Noguera es sólida, visceral y con intensos momentos interpreta­tivos. Nunca está quieta, se abre de piernas, se estremece, se mueve como una araña por una alfombra azul. Viste enagua y abrigo militar gris. También sabe disparar. El dramatismo, dosificado con el sarcasmo de un desenfrena­do baile techno, domina la sombría catástrofe final, adelantada por las armas y flores trasladada­s durante toda la obra por la empleada Berta (Josefina Velasco).

La vida matrimonia­l y el patriarcad­o son cárceles de las que Hedda no puede escapar y los hombres que la rodean no pierden oportunida­d para explicitar su misoginia. El juez Brack (Rodolfo Pulgar) es un despreciab­le acosador.

Hedda rechaza el rol que la sociedad le otorga, decide ser más fuerte que sus homólogos mascu- linos, deprecia con ironía los sombreros anticuados de la tía de su marido (Gloria Münchmeyer) y sugiere una pulsión lésbica hacia Thea (la excepciona­l Marcela Salinas), mujer que establece una relación de igualdad con los hombres. Escrita 10 años después de Casa de muñecas, si Nora y Thea fueron capaces de dar un portazo, Hedda no ve otra solución que la muerte, su última y equivocada oportunida­d de reencontra­rse con la belleza. Pero ese no el final de la historia. Tras su acto desesperad­o, nace la mujer moderna que se tomará las calles por diferentes causas sociales y también los escenarios.

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► Amparo Noguera interpreta a una Hedda Gabler actual, frustrada con su matrimonio.
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