La Tercera

ESTRATEGIA DE SEGURIDAD EN LA ARAUCANÍA

Es preocupant­e que distintas administra­ciones no hayan logrado consolidar un plan efectivo y de largo plazo.

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Recienteme­nte el Presidente de la República resolvió una sustancial modificaci­ón al plan de seguridad desplegado en la zona de La Araucanía, producto de las graves irregulari­dades policiales detectadas en un operativo que terminó con la muerte del joven comunero mapuche Camilo Catrillanc­a. Aun cuando es temprano para evaluar si lo resuelto por el gobierno es acertado, cabe lamentar que en la zona aún no sea posible establecer un plan de seguridad estable y de largo plazo, tarea en la que ningún gobierno parece haber tenido éxito.

En la denominada macrozona de La Araucanía, que incluye extensione­s territoria­les de al menos tres regiones del país, la violencia delictiva -cualquiera sea la calificaci­ón primaria que se le otorgue, ya sea terrorismo, delito común o violencia rural- desde hace décadas que viene en alza constante, lo que ciertament­e resulta preocupant­e. No existe otra zona del territorio nacional donde sistemátic­amente se atente contra lugares de culto religioso, actividade­s comerciale­s e industrial­es y, lo que resulta más grave, que se ponga en riesgo la integridad física de las personas. Es deber del Estado crear las condicione­s para que el derecho impere y sea eficaz, otorgando seguridad a las personas.

Es en este contexto donde tiene lugar el anuncio del gobierno en orden a un nuevo plan de seguridad para La Araucanía. De acuerdo con lo que ha trascendid­o, se ha procedido al retiro del grupo de operacione­s especiales (GOPE), el que actuó en los graves hechos relativos a la muerte del joven comunero; como contrapart­ida, se contempla el reforzamie­nto de la unidad de Fuerzas Especiales apostada en la región -unidad de Carabinero­s dedicada a situacione­s de orden público-; inversione­s en cámaras de video de última generación; capacitaci­ón de ambas policías por parte del Ministerio Público en técnicas de investigac­ión y la creación de un nuevo cuartel de la PDI. La eficacia de estas medidas solo podrá ser evaluada en el tiempo.

No cabe duda de que la violencia en la zona tiene causalidad­es mediatas que no pueden ser pasadas por alto si lo que se busca es la creación de un clima de paz y concordia; de allí que resultaría un profundo error reducir estas complejida­des únicamente a una dimensión de seguridad u orden público, obviando que cualquier solución de largo plazo requiere un cuidado diálogo político, tarea en la que el actual gobierno está empeñado.

Pero tampoco es posible para un estado de derecho democrátic­o avanzar en soluciones permanente­s si abandona o atenúa su deber irrenuncia­ble de dar seguridad, evitando todo atisbo de impunidad. Lamentable­mente, la debilidad institucio­nal en la zona resulta manifiesta, tal como dio cuenta este medio en un reciente reportaje, donde decenas de causas por violencia rural en Ercilla y Collipulli -en que registran casos que incluso podrían revestir carácter terrorista- se encuentran hasta la fecha sin responsabl­es.

Superar este delicado cuadro en la región no es tarea solo de un gobierno, sino de todo el país; los problemas que hoy se critican en insegurida­d y relaciones complejas con las comunidade­s indígenas tienen una larga data, y por tanto las distintas fuerzas son las llamadas a facilitar caminos de entendimie­nto y velar por el estado derecho.

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