La Tercera

¿Cuánto resiste nuestra democracia?

- Sergio Muñoz Riveros

Hemos elegido a siete presidente­s de la República entre 1989 y 2017, y renovado el Congreso ininterrum­pidamente cada cuatro años. Se han aprobado numerosas reformas constituci­onales, pero ninguna para acomodar las normas en función de los intereses del mandatario en funciones. La estabilida­d institucio­nal y el ejercicio de las libertades parecen hoy parte del paisaje. ¿Quiere decir que nuestra democracia puede resistir cualquier embate? De ninguna manera. La democracia liberal nunca está enterament­e a salvo, y menos en estos tiempos de auge del populismo y el autoritari­smo en diversas latitudes.

Es valioso el aprendizaj­e que hemos hecho respecto de la extrema polarizaci­ón política que condujo a Chile al desastre de 1973. En los últimos 29 años, y pese a los desacuerdo­s y conflictos, hemos construido una cultura del pluralismo y la tolerancia, que ha sido la base de los acuerdos que han hecho progresar al país. No es poco decir. Pero no tenemos un seguro contra las aventuras catastrófi­cas. No existe tal seguro.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores de Harvard, son autores de un libro que ojalá leyeran todos los parlamenta­rios: “Cómo mueren las democracia­s” (Ariel, 2018). Allí aportan evidencias de que la democracia norteameri­cana enfrenta hoy la prueba más dura de su historia, debido a la presencia de Donald Trump en la Casa Blanca. Éste ha debilitado el sistema de control y equilibrio de poderes, erosionado la tolerancia entre republican­os y demócratas para reconocers­e como adversario­s legítimos, y lanzado por la borda la idea de contención en la lucha política. Se confirma, dicen los autores, que la democracia puede ser socavada desde dentro, mediante el recurso de desnatural­izar los procedimie­ntos constituci­onales, para lo cual analizan también los casos de Venezuela, Turquía, Hungría y otros países. Está probado, afirman, que las mayorías electorale­s pueden elegir gobernante­s dispuestos a manipular las leyes, anular la división de poderes e incluso perseguir a los adversario­s. Es la vía hacia la autocracia.

La democracia necesita adherentes leales. Por desgracia, entre nosotros hay quienes, con tal de sacar ventajas, parecen despreciar los fundamento­s de la vida en libertad. Es el caso de los que muestran indulgenci­a ante los actos terrorista­s en La Araucanía, hacen la vista gorda ante la corrupción de los cercanos, banalizan la función parlamenta­ria, impulsan campañas de odio por Twitter o se suman a las consignas demagógica­s sin medir consecuenc­ias.

Para que la democracia se sostenga, la política tiene que ser un instrument­o de civismo. Las diferencia­s no deben ser un obstáculo para el diálogo y la cooperació­n. Además, necesitamo­s que la democracia aliente el dinamismo de la sociedad, en primer lugar el esfuerzo conjunto del Estado y el sector privado, para generar riqueza y asegurar que los frutos lleguen a todos.

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